Sergio Ramírez desgrana sus reflexiones con un
castellano cadencioso, suavizado por un profundo deje caribeño y siempre salpicado
de su acerado sentido del humor, seduciendo a los que tenemos la suerte de
compartir desayuno con él una calurosa mañana del mes de marzo. Cerca de treinta personas nos hemos acercado a escucharle, entre ellos varios jóvenes escritores
salvadoreños que quieren conocer al autor consagrado, también antiguos luchadores
de causas más o menos perdidas que, como él, en algún momento de sus vidas se
embarcaron en la gran aventura de la lucha por un mundo más justo y que ahora que
Sergio visita El Salvador quieren rememorar con él esfuerzos y logros, quizás también amarguras y
decepciones…
Sergio habla de todo, de sus inicios como escritor
en la Managua de su juventud, destruida casi totalmente por el terremoto de 1972,
de la librería “Selva”, en la que quiso vender su primer libro de cuentos (“la
dueña siempre se acordaba de mi con mucho cariño, contaba que yo le dejé para la
venta 10 ejemplares de ese libro y que a los pocos meses tenía 11…”), pero
también de la Nicaragua que vio nacer a Rubén Darío en 1.867 (“diezmada por la
Guerra Nacional, con apenas 200.000 habitantes en todo el país, analfabeta y
rural, y allí viene a nacer un genio como Rubén Darío…”) o de su oficio como
escritor (“…como narrador me esfuerzo por ser un mentiroso profesional, por eso
mi triunfo definitivo es cuando las mentiras que cuento son tomadas como
verdaderas…”).
Supe por primera vez de Sergio Ramírez en los años 80
del siglo pasado, cuando fungía como vicepresidente de la Nicaragua sandinista,
y ya entonces, en alguna entrevista que le vi en televisión, me impactó su
precisión en la utilización del lenguaje y la fuerza moral de sus ideas y
convicciones. Muchos años después, ya casi en el cambio de siglo, le conocí
como gran escritor con “Margarita, está linda la mar” (Alfaguara) y “Adiós
Muchachos” (Aguilar), su crítico y melancólico recuerdo de la revolución
sandinista, y desde entonces he seguido con gran atención todo lo que publicaba,
como sus novelas “Sombras nada más” o “La Fugitiva” (Alfaguara ambas), atraído
por sus historias, sus personajes y por ese paisaje que él desmenuza tan bien
de la América Central, esa “entidad cultural que sigue siendo un rompecabezas
por armar” y por la que Sergio Ramírez nos ayuda a adentrarnos al escribir
sobre sus guerras, sus poetas o sus dictadores, sobre sus ilusiones, sus
esperanzas y sus fracasos.
A pesar de que el sol de la mañana comienza a ser
abrasador, Sergio Ramírez sigue escuchando con atención los comentarios que se
le hacen, entrelazando en sus respuestas a las muchas preguntas la política con
la literatura y saltando de la guerra de mediados del siglo XIX contra el
filibustero Walker a las últimas elecciones en Nicaragua y El Salvador, compartiendo
alrededor de un café sus ideas, creencias y aficiones (“…la felicidad de leer
es una de las más grandes epifanías de esta vida…”) y haciéndonos partícipes de cómo Poe, Chéjov o Maupassant fueron sus maestros en aquellos primeros años en
los que peregrinaba por las escasas librerías de Managua colocando los
ejemplares del libro que él mismo había publicado, o de que considera “El
Quijote” como la gran obra de la Literatura hispana de todos los tiempos…
Concluye con un mensaje de optimismo, aunque él lo formule en negativo, (“no aconsejo el pesimismo…”), y nos recuerda que “no hay
desarrollo sin educación; en Centroamérica hemos tenido excepcionales solistas:
Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias o Roque Dalton, pero para tener una buena
orquesta es fundamental cuidar e invertir en educación…”. Está por finalizar el
acto cuando toma la palabra un señor mayor, con pelo cano y gruesas gafas de sol que, tras pedir muy amablemente a los organizadores que en próximas ocasiones la comida sea
algo más decente, felicita a Sergio Ramírez por “lo más importante que usted
ha logrado: mantener siempre un firme compromiso ético, sea ante la vida, la política o la
literatura…”. Estallan los aplausos de la concurrencia y me doy cuenta de que hace demasiado calor
y de que, en verdad, quizás el café y los frijoles no estaban tan buenos, pero estoy igualmente seguro de que todos hemos disfrutado de ese desayuno con Sergio Ramírez.