Reflexiones sobre Europa, América y el Mediterráneo

Una mirada a la historia, una reflexión sobre el presente y algún comentario sobre el futuro de países, personas e ideas de ambos lados del atlántico

miércoles, 16 de enero de 2013

El mundo se derrumba (y nosotros nos enamoramos...).


La película Casablanca, además de ser la favorita de muchos de nosotros, tiene un amplísimo y bien conocido repertorio de frases para la posteridad. Desde el "...los alemanes iban de gris y tú ibas vestida de azul..." de Rick recordando la última vez que había visto a Ilsa en París al desamparado lamento de ésta "...el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos...".

Y sí, la verdad es que no debía ser aquella una buena época para los enamoramientos y, a buen seguro, muchas parejas, con o sin la belleza y el glamour de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, vieron como su situación personal, sus amores, esperanzas e ilusiones, eran hechos añicos en los extremos y violentos años 30 y 40, en los que el avance de los totalitarismos inundó de guerras, muerte y destrucción casi todo el mundo. La Historia, con mayúsculas, arrasaba sin contemplaciones con las pequeñas historias personales de unos y otros...

A veces, sin embargo, el amor surgía precisamente de las guerras, como ocurrió con la pequeña, hermosa y trágica historia de dos periodistas, un inglés y una española, que cruzaron sus caminos en la guerra de Etiopía (1935-1936). Él, George Steer, enviado a cubrir ese conflicto por el periódico londinense The Times, era un joven, pelirrojo, bajito y aventurero nacido en Sudáfrica. Ella, Margarita Herrero, una española diez años mayor que él, había nacido en Francia de padre español y madre inglesa, y era la corresponsal del diario francés Le Journal. Etiopía, por aquel entonces uno de los pocos países independientes de África, era gobernada de forma casi feudal por Haile Selasie, el Rey de Reyes, pero para su desgracia y la de sus súbditos el fascismo italiano quería cumplir sus delirios de grandeza imperial sumando nuevos territorios africanos a sus posesiones, y en 1935 Mussolini ordenó la invasión del país, que se produjo desde la vecina colonia italiana de Somalia.  
Para informar de esa guerra, la primera en la que sería una muy larga larga lista de conflictos iniciados por los fascismos europeos, fueron llegando a Etiopía unos cuantos periodistas, principalmente británicos y estadounidenses. Entre el curioso grupo que allí se formó, además de George y Margarita, se encontraban el escritor Evelyn Waugh ("Retorno a Brideshead") y otra periodista española, Dolores de Pedroso, enviada por el madrileño ABC. En una época en la que el periodismo era casi exclusivamente un oficio de hombres no es difícil imaginar la atención y admiración que dos atractivas y sofisticadas corresponsales de guerra españolas provocaron entre sus anglosajones colegas, el cuerpo diplomático y la corte imperial del Negus...

En una Addis Abeba entregada a los rumores y atenazada por el miedo a los bombardeos italianos apenas había un par de sitios donde los europeos podían salir a divertirse y compartir las últimas noticias: el Perroquet, regentado por Madame Idot, y Mon Ciné, territorio de Madame Moriatis (en Casablanca, además del Rick´s Café Americain estaba El Loro Azul, regentado por el gordo Ferrari). Ambos funcionaban como cines y clubs nocturnos, y allí, entre películas, martinis y furtivas miradas hilvanadas por el humo de los cigarrillos Margarita y George comenzaron una relación que se fue estrechando con ocasión de sus viajes a los diversos frentes de guerra que el avance italiano iba creando en el interior del país. En uno de esos viajes, unos pocos periodistas se desplazaron a la sureña ciudad de Harar, bombardeada por los italianos con gas mostaza. La ciudad era un pequeño infierno, y las periodistas españolas descubrieron, y demostraron, que no es tan fácil observar impasible las tragedias ajenas (como Rick acabaría por descubrir en Casablanca algo después). William Deedes, corresponsal del Morning Post, fue uno de los periodistas que también llegó a Harar y, tres décadas después, tras haber dejado el periodismo para ser diputado y ministro conservador, aún recordaba con admiración cómo Margarita y Lola, sus colegas españolas en aquella lejana guerra, dejaron atrás su oficio de periodistas para lanzarse a un sucio hospital de una perdida ciudad del desierto etíope a ayudar a los heridos y quemados por el gas... 

Unos meses después, el 4 de mayo de 1936, con los italianos a las puertas de una Addis Abeba abandonada al pillaje y saqueo y todos los europeos refugiados en la residencia del embajador británico, Margarita y George se casaron con lo que llevaban puesto en la sede de la misión diplomática, protegidos por alambradas y soldados sihks del caos imperante en las calles de la capital. Al menos a la novia, que vestía una modesta blusa de lunares, no le faltó su ramo de flores, unas inmensas y hermosas lilas y margaritas arrancadas al cuidado jardín de la embajadora, ni su viaje de luna de miel, unas cuantas vueltas al recinto de la embajada a bordo de una destartalada furgoneta desde la que George tocaba un viejo cuerno de caza. Esa noche un joven diplomático les ofreció una fiesta que se alargó hasta el amanecer, cuando los primeros soldados italianos hicieron su entrada a la ciudad...  
Tras la definitiva victoria italiana Steer fue inmediatamente expulsado del país, estableciéndose con una embarazada Margarita en el londinense barrio de Chelsea. Pero no era esa época de descanso para los corresponsales de guerra, y pocas semanas después  era enviado a cubrir un nuevo conflicto que acababa de estallar, la guerra civil española…Allí Steer escribiría el artículo más importante de su vida, el que denunció al mundo entero el horror y la tragedia del bombardeo alemán de la ciudad de Guernica, y que le valió el respeto y admiración de muchos y el odio del régimen nazi (Steer fue puesto en una lista negra de las 2.000 personas que debían ser detenidas de inmediato cuando Alemania conquistara Inglaterra). La trágica suerte de la pareja, sin embargo, no la decidió ninguna bomba…mientras que Steer cubría el avance de las tropas franquistas en el País Vasco Margarita y su hijo fallecían en un parto prematuro en una clínica de Londres…"A Margarita, arrancada de mí" reza la dedicatoria del libro "El árbol de Guernica", que un destrozado Steer escribió tras enterrar a su esposa en Francia…
Cuando comenzó la segunda guerra mundial el alto mando británico recurrió a la experiencia de Steer, enviado como asesor del ejército inglés dn África, donde muchos lo veían como el nuevo Lawrence de Arabia. Un par de años después, en abril de 1941, Steer saboreaba su venganza entrando a la cabeza de las tropas británicas que reconquistaban Addis Abeba…No había podido volver desde su expulsión y, aunque habían pasado casi 5 años y en ese tiempo se había vuelto a casar, me lo imagino recorriendo sus calles y tomando una copa con Madame Idot antes de llegar al edificio de la embajada británica, donde recordó con todo detalle aquel día de mayo de 1936 en el que los italianos vestían de marrón y portaban brillantes fusiles y una radiante Margarita le sonreía con su blusa de lunares y un espléndido ramo de lilas y margaritas… 

Supe de Steer gracias a que mi amigo Nacho Moreno me llevó a una impresionante librería de segunda mano, situada a una hora de Londres, camino de Oxford. Allí encontré "Telegram from Guernika", la biografía de Nicholas Rankin. Paul Preston le dedica un capítulo de su "Idealistas Bajo las Balas", en el que retrata a los corresponsales extranjeros en la guerra civil española. Se puede encontrar alguna crónica, interesantes y muy bien escritas, de la experiencia etíope de Dolores de Pedroso en la hemeroteca del ABC, aunque por internet no tuve la misma suerte con las de Margarita para Le Journal...