Otra de las profesiones más antiguas del mundo es la de visitar lejanos y extraños lugares para contar lo que se ve y lo que se
descubre, de otros hombres, de otras culturas y de otras costumbres. Herodoto
fue uno de los primeros en practicar ese oficio, y lo hizo tan bien que, desde
entonces (siglo V antes de Cristo), historiadores, periodistas o simples
viajeros intentan imitar la perspicacia y profundidad con las que aquel griego
nacido en Anatolia relató sus viajes por un mundo que, con el centro en Grecia,
se extendía hasta el Sudán, Etiopía o la Península Arábiga.
Ryszard Kapuscinski ha sido otro de esos escritores
errantes que, en palabras de Blake Morrison, con sus historias sobre lo que presenció
“trasciende los límites del periodismo y escribe con el vigor narrativo de un
Conrad, un Kipling, un Orwell…”. Nacido en Polonia en 1932, y fallecido en
Varsovia en el 2007, Kapuscinski es el gran cronista de muchas de las
innumerables convulsiones del siglo XX: guerras en América, revoluciones en
África, dictaduras en Asía…allá donde había una noticia asomaba este
polaco errante, hombre de mundo y admirador de Herodoto que antes de viajar a un destino intentaba leer
al menos cien libros sobre su historia, su geografía y su cultura.
De sus impresionantes relatos uno de los que más me
gusta es “El Emperador” (publicado en España por Anagrama), en el que se
adentra por las miserias, locuras y excentricidades del último emperador de
Etiopía, Haile Selassie I, el Negus, el Rey de Reyes, el León de Judá, que se
decía descendiente directo y heredero del rey Salomón y de la reina de Saba -y
que, a su vez, era considerado una especie de mesías redentor por los
rastafaris de Bob Marley-, destronado por una revolución socialista en los años
70. Kapuscinski, que llegó al país tras su derrocamiento, recorre los pasillos
y salones de sus antiguos palacios y camina por las calles desiertas de Addis
Abeba, escuchando para luego contarnos las historias y recuerdos de sus viejos
y aún leales servidores, construyendo un fresco espectral sobre aquel emperador
diminuto que reinó sobre millones de empobrecidos súbditos.
Igual de interesante, más para quienes vivimos en la
zona de los hechos, es “La Guerra del fútbol y otros reportajes” (también en
Anagrama), en el que nos cuenta sobre la trágica guerra que estalló en 1969
entre Honduras y El Salvador, una de las últimas contiendas bélicas entre dos
países del continente americano. El chispazo definitivo que provocó el comienzo
de las hostilidades fueron unos gravísimos incidentes en las eliminatorias para el Mundial de México de 1970 disputadas
entre las respectivas selecciones nacionales, que Kapuscinski detalló en su
crónica de los hechos, bautizando así a una guerra que en Honduras se conoce
como “la guerra de las 100 horas” (los combates duraron del 14 al 18 de julio) y
en El Salvador como “la guerra por la dignidad nacional”. Con un nombre o con
otro, más de 5.000 personas perdieron la vida y decenas de miles se vieron
desplazadas de sus hogares (principalmente salvadoreños que tuvieron que dejar
Honduras, donde se habían establecido desde décadas anteriores). La guerra,
cuyas causas profundas eran la pobreza, el militarismo y la emigración
salvadoreña a Honduras, también acabó con el sueño de la integración centroamericana, que había avanzado a un gran
ritmo en la década de los 60, y que no volvería a recobrar su pulso hasta los
comienzos del siglo XXI.
La selección de El Salvador fue la que se clasificó
finalmente para el mundial, derrotando 3-2 a la de Honduras en un partido de
desempate disputado en México, pero la guerra, como casi todas, la perdieron los
pueblos que la sufrieron, de un lado u otro de la frontera. Entre las muchas historias que afloran en su trepidante narración de esas 100 horas, Kapuscinski nos cuenta cómo un soldado hondureño le confiesa que no sabe por qué lucha contra
su país vecino, “asuntos del gobierno, más vale no hacer preguntas”, le responde agazapado entre la maleza...Así nos recuerda Kapuscinski que, en mitad de la selva, del desierto o de la ciudad, como
ciudadanos debemos no olvidar nunca que los “asuntos del gobierno” son también los
nuestros, pues sólo así podremos exigirle a ese gobierno que se ocupe de las cuestiones realmente importantes, que ya nos ocuparemos nosotros de resolver la polémica por lo
ocurrido en un partido de fútbol con la tradicional fórmula de compartir una buena y fría cerveza con los aficionados del equipo rival.
Gracias por compartir este artículo. Estoy completamente de acuerdo con su conclusión.
ResponderEliminarSaludos. FELIZ FIN DE SEMANA.