Reflexiones sobre Europa, América y el Mediterráneo

Una mirada a la historia, una reflexión sobre el presente y algún comentario sobre el futuro de países, personas e ideas de ambos lados del atlántico

domingo, 11 de marzo de 2012

EL PRINCIPITO, SU ROSA Y LOS VOLCANES


El primer libro que me regaló Kathy, en aquellos iniciales y guatemaltecos meses en los que comenzaba nuestra relación, fue “Memorias de la rosa” (Ediciones B), los recuerdos autobiográficos de Consuelo de Saint-Exupéry, viuda del célebre aviador francés autor de la imperecedera historia de ese pequeño príncipe que con su inocencia e inteligencia pone al desnudo los convencionalismos e hipocresías con los que los adultos manejamos el mundo que hemos construido. Consuelo Sucin, que era el apellido de soltera de la esposa de  Saint-Exupéry, puso por escrito sus recuerdos en 1946, dos años después de la desaparición de su marido en aquella última y maldita misión en la que su avión fue abatido sobre el Mediterráneo, cerca de la costa de Marsella, pero éstos permanecieron encerrados en un baúl medio siglo, hasta que en 1.999, veinte años después de la muerte de Consuelo, su heredero decidiera publicar el manuscrito para “devolverla al lugar exacto que ocupó siempre al lado de quien dejó escrito que había edificado su vida sobre ese amor.” 

Leyendo las páginas de ese primer regalo de Kathy supe de la extraordinaria historia de Consuelo Sucin, una salvadoreña que nació en 1901 en la pequeña población de Armenia, situada en las faldas del volcán Izalco, cerca de la frontera entre El Salvador y Guatemala. De padres cafetaleros, Consuelo tuvo una acomodada y feliz infancia, jugando en la plantación de café de su padre, “entre los grandes bananos, con los indios…”. Una infancia que, como cuenta Alain Vircondelet en la introducción del libro, la marcaría para siempre, “atravesada por sueños y fantasías magnificados por el imaginario centroamericano…El Salvador, con sus tierras quemadas, sus volcanes y sus terremotos, se convierte en un país de leyenda. Ella es el genio y la diosa de este país…”.   

Con las muchas posibilidades que le permiten los medios de su familia y con una personalidad arrolladora, dispersa y diletante, Consuelo parte muy joven de El Salvador, estudia arte en San Francisco, México y España y recala en la Francia de entreguerras, en el París de los felices años veinte que disfruta aún de sus últimas bocanadas como capital cultural del mundo antes de ceder el testigo a Nueva York. Allí conoce a las vanguardias que estremecen a una decadente sociedad y se relaciona con pintores, escritores, farsantes, vividores, fascistas de salón y furibundos comunistas. Germán Arciniegas, el gran escritor colombiano, cuenta cómo “entre la primera y la segunda guerra mundial todo el mundo hablaba de Consuelo como de un pequeño volcán de El Salvador que arrojaba su fuego sobre los techos de París…”. Algunas llamaradas de esa erupción alcanzan a Enrique Gómez Carrillo, cónsul de la Argentina en París, que se convierte en su segundo marido (había estado casada brevemente en México). Gómez Carrillo era un conocido escritor e intelectual, y la pareja se relaciona frecuentemente con Rubén Darío o Gabriele D´Annunzio, pero en 1927 fallece muy prematuramente.

Joven, hermosa, rica y viuda, Consuelo es invitada por el gobierno argentino a visitar Buenos Aires, y por esas burlas de la fortuna, si en París había conocido a un diplomático argentino que sería su segundo marido, en Buenos Aires conoce a un aviador francés que se convertiría en el tercero, y en el hombre de su vida. En sus memorias cuenta cómo la noche que se conocen, huyendo ella de una aburrida fiesta en la que “sólo se hablaba de una revolución que nunca llegaba”, Saint-Exupéry la lleva a dar una vuelta en su avión por los cielos de la capital argentina, arrancándole un primer beso bajo la amenaza de estrellar la aeronave en el Río de la Plata…Sería el primero de muchos besos y el inicio de una tormentosa relación que durante quince años sobrevive a engaños, infidelidades mutuas y al desprecio de la familia de “Tonio”, y cuyo capítulo principal sólo concluye ese fatídico 31 de julio de 1944 en el que el mar se traga el avión de Saint-Exupéry. Quince años fundamentales para comprender al Saint-Exupéry escritor, pero también a ese hombre difícil y contradictorio, que constantemente "parte y huye, busca amar y ser amado, se busca y no se encuentra…”.

En el relato de Saint-Exupéry, El Principito le habla al aviador del planeta de dónde él viene, el asteroide B612, en el que hay tres volcanes y una rosa, la única flor que allí queda, bella, hermosa, frágil, vanidosa y con espinas. Para volver a juntarse con su rosa, El Principito se deja morder por una serpiente venenosa, pues sólo así consigue transportarse a su mundo, a su planeta, donde podrá cuidar, al pie de los volcanes, a esa flor, “única entre todas”. Antes de partir, mientras el aviador perdido en el desierto del Sahara intenta reparar su avión, el joven príncipe le confía que “lo esencial es invisible para los ojos”, algo que la niña Consuelo, la rosa de Saint-Exupéry, sabía perfectamente cuando jugaba, alegre y despreocupada, en los cafetales del Izalco, “entre los grandes bananos, con los indios”, algo que, como todos nosotros, fue olvidando poco a poco, a medida que la iba engullendo el mundo de los adultos…

1 comentario:

  1. Gracias a Kathy y a usied, Enrique, he llegado a saber de Consuelo. No tenía la menor idea. Reiterado agradecimiento por compartir sus experiencias.

    Saludos

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