Reflexiones sobre Europa, América y el Mediterráneo

Una mirada a la historia, una reflexión sobre el presente y algún comentario sobre el futuro de países, personas e ideas de ambos lados del atlántico

sábado, 7 de abril de 2012

LA PERLA NEGRA DEL DESIERTO


  
A través de internet me llegan hasta El Salvador las noticias sobre los combates que en el norte de Mali enfrentan a una extraña alianza de tuaregs e islamistas contra las tropas leales al gobierno central de Bamako. Ello me lleva a revolver cajas de la mudanza que aún no he abierto en busca de un antiguo cd con las fotografías del viaje que hace unos años realicé a ese país en compañía de mi buen amigo Antonio Llaguno, uno de los mejores conocedores de su fascinante historia y culturas y autor de los libros “La conquista de Tobuctú” y “Tombuctú, el reino de los renegados andaluces”, ambas publicadas por Almuzara, la editorial que fundara Manuel Pimentel cuando dejó Madrid y la política para regresar a su Córdoba natal. Los nombres de las ciudades que han caído en poder de los rebeldes –Gao, Tombuctú, Kidal-, que ahora aparecen en mi pantalla de ordenador como lugares de batallas más o menos cruentas recuerdan la época dorada de los grandes imperios del África Occidental: los Askia, Songhay, Peules…y fueron todas ellas diferentes etapas de aquel viaje que hicimos en el 2005.   

La gran mezquita de Djenné.

El motivo principal del mismo era, precisamente, conocer la mítica Tombuctú, adonde llegamos una mañana de sol deslumbrante a bordo de un pequeño avión manejado de forma despreocupada por unos jóvenes y divertidos pilotos neozelandeses que, tras despegar de Bamako, la capital de Mali, siguió el curso del Níger hasta donde el gran río comienza su famosa y misteriosa curva dejando a un lado la inmensidad del desierto del Sahara. Allí, frontera y testigo de esos dos espacios tan absolutos y definitorios como son el gran desierto y el gran río, se erige desde hace casi mil años la ciudad de Tombuctú, conocida durante siglos como "la perla negra del desierto".  


 Cruzando el Níger.

Como nos cuenta Llaguno, en sus momentos de más esplendor, a mediados del siglo XVI, Tombuctú era "la capital económica, cultural e intelectual del Imperio Shonghay, lugar de intercambio entre las piraguas de la sabana africana y las caravanas que atravesaban el Sáhara, sede también de la primera universidad del África negra, donde todos los sabios del Islam querían enseñar sus conocimientos…”. De aquel entonces viene un proverbio, que los habitantes de la ciudad siguen recitando orgullosamente a los pocos visitantes que se adentran por sus polvorientas calles, según el cual “la sal viene del norte, el oro viene del sur y la plata del país de los blancos, pero las palabras de Dios, las cosas sabias, los cuentos y las bellas historias, sólo se encuentran en Tombuctú…”. El saber y la cultura, al igual que la sal, los esclavos, el comercio o la religión, llegaban a Tombuctú a bordo de canoas o a lomos de camello, y aún hoy día, en perdidos cruces de caminos de las fronteras más meridionales de Marruecos se encuentran desvencijados carteles que apuntan hacia la inmensidad del desierto bajo la leyenda “Tombuctú, 52 días a camello…”. 

En los días que estuvimos en la ciudad recorrimos sus calles bajo un sol cegador, admirando la extraordinaria arquitectura de adobe cuyas formas inspiraron a Gaudí y que fue creada por el arquitecto Es-Saheli, uno de tantos andalusíes (éste nacido en Granada en 1290) que cruzaron el gran desierto para llegar a la mítica ciudad.

Mezquita de Djingereiber en Tombuctú.

Gracias a Antonio fuimos recibidos por Ismael Diadié, heredero de una familia que se dice descendiente del rey godo Witiza y que posee uno de los mayores tesoros del África, y en realidad de la humanidad, una fantástica biblioteca compuesta por más de siete mil manuscritos, muchos de ellos de origen andalusí, que datan desde el siglo XII al XIX, reunidos y amasados por sus antepasados a través de los años, traídos a lomo de camello desde Toledo o adquiridos en los oasis del desierto o en sus viajes a los lugares sagrados del Islam, y que han sido fundamentales para posibilitar un mejor conocimiento de las relaciones entre al-Ándalus y Tombuctú, es decir, entre España y el mundo africano. Desde hace muchos años Ismael trabaja para lograr hacer realidad su sueño de construir un edificio adecuado que permita la conservación de este patrimonio cultural único y que lo proteja de esos grandes enemigos del papel y la tinta que son el sol, el calor y el polvo.    

Ismael Diadié y la biblioteca andalusí.

Sin embargo, no hay edificio, aún no se ha inventado, que pueda proteger a libros o manuscritos, en realidad a cualquier tipo de expresión cultural o artística, de la destrucción de la guerra. En aquella visita a Tombuctú, Ismael nos quiso agasajar con la hospitalidad propia de su gente, y en el tejado de su casa, bajo un cielo estrellado tan profundo e intenso en la noche como el desierto lo es por el día, compartimos un cordero asado. Allí, tumbados sobre alfombras y bebiendo coca-cola en vasos de plástico, Ismael nos habló de otra guerra con los tuaregs, que por aquel entonces acababa de terminar, de cómo vecinos de la ciudad habían sido asesinados y otras bibliotecas similares a la suya saqueadas y destruidas...Leo las noticias de la guerra actual y no puedo dejar de pensar en Ismael, en su familia, en su biblioteca...tampoco dejo de preguntarme por el afán de destrucción del hombre y por el especial ensañamiento que en la guerra se muestra hacia la cultura, como en los tiempos más recientes muestran el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo o la destrucción de las figuras de los Budas de Bamiyan en Afganistán. Quizás la respuesta a esa pregunta me la dio, hace años y con ocasión de otro viaje, un viejo judío sefardí que me habló durante horas de la Cultura, que él consideraba el alma de los pueblos; de ahí el afán por destruir la cultura de quien se considera el enemigo, de ahí también la resistencia, casi inmortal, de ésta...Pienso en ello y me digo que Ismael y su biblioteca son parte esencial de Tombuctú y que, sea quien sea que la gobierne, habrá otra noche estrellada en la que compartiremos un cordero y, aunque tenga que ser entre sorbo y sorbo de coca-cola, volveré a escuchar con emoción las historias de su ciudad, de su familia y de sus manuscritos, que en realidad no son sino una sola historia que comenzó hace varios siglos en alguna ciudad de la España musulmana, o quizás en un oasis del Sáhara, o quizás en realidad mucho antes, cuando el hombre comenzó a escribir sus pensamientos en papiros o en tablas de arcilla...   

2 comentarios:


  1. A través de usted el judío sefardí me dio la interrogante que yo me hacía:la cultura es el alma de los pueblos.

    Gracias por compartir sus interesantes experiencias y apreciaciones.

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  2. gracias a usted, Melba, por el tiempo de leer y comentar, un saludo muy cordial

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