El Caribe ha sido, sin duda, el mar del continenteamericano, ese Mediterráneo del Nuevo Mundo con aguas profundamente turquesas dondemarinos de diferentes culturas, lenguas y naciones han guerreado, comerciado yfundado ciudades a lo largo de varios siglos. Un mar que, al igual que elMediterráneo, ha generado una cultura propia -resultado tanto de mestizajes violentos como de conexiones pacíficas- de tal vitalidad que desborda en mucho sus confinesgeográficos y se extiende hasta allá donde se escuchen los sensuales ritmos desu música, se paladeen los sabores de su intensa cocina o se rece a susreligiones sincréticas. Un mar, y sobre todo una cultura, de sol, de razas, deislas y de ciudades, que se puede encontrar, por supuesto, en La Habana, SantoDomingo, Puerto Príncipe o Cartagena de Indias, pero también en Nueva York, enSalvador de Bahía y hasta en algunos barrios y calles de Londres o de Madrid.
Y como el Mediterráneo en tiempos anteriores, un marque en diferentes épocas ha estado infestado de piratas, bucaneros yfilibusteros, que no encontraron mejor refugio que sus innumerables calas,ensenadas y bahías mientras acechaban el paso de los buques españoles que llevaban buenaparte de las riquezas del continente hasta Sevilla. Como cuenta GermánArciniegas en su Biografía del Caribe (Editorial Sudamericana, 1963), los piratas “…son los enemigos del género humano…con labandera negra en el palo mayor, sus barcas siniestras levantan la proa entreespuma de sangre. Su leyenda es la leyenda del Caribe. Ante su nombre tiemblan enLa Habana los españoles, en Kingston los ingleses, en Martinica los franceses,en Curacao los holandeses, en el mar los marinos, en la tierra los ricos, yhasta en la sombra de los montes las mujeres, los frailes y los niños…”. Muchas de las aventuras de esos piratas nos acompañaron en nuestra niñez, inmortalizadas por la literatura o laspelículas de Hollywood, de la valentía de Sir Francis Drake a la amistad de John Silver el Largo y Jim Hawkings en “LaIsla del Tesoro”, de la habilidad como espadachín de Tyrone Powers en “El Cisne Negro” (Henry King, 1942) a los trucos de JohnnyDepp en la (por otra parte muy previsible) saga de “Piratas del Caribe”.
Sin embargo, en épocasposteriores, cuando los metales preciosos de Potosí o de México ya no iban rumbo a España y los países del continente americano habían alcanzado su independencia, hicieron su aparición otros filibusteros. Y a falta de barcos que transportaran plata, qué mejor botínque los propios estados para enseñorearse de sus tierras y hombres. Eso fue, enmuy pocas palabras, lo que intentó uno de los últimos piratas o filibusterosque surcó las aguas y las tierras caribeñas, un estadounidense llamado WilliamWalker que, a mediados del siglo XIX, cuando la doctrina del “destinomanifiesto” parecía augurar que casi todo el continente americano caería bajoel dominio de Washington, invadió con un centenar de mercenarios (que seautodenominaban, muy pretenciosamente, “Los Inmortales”) Nicaragua, haciéndosecon el poder y proclamándose presidente de ese país (1856-1857), en lo queWalker pretendía que fuera el primer paso hasta la dominación de toda la regióncentroamericana. En sus breves meses de gobierno dejó claras muestras de suracismo, estableciendo la esclavitud, imponiendo el inglés como idioma oficialjunto al español y decretando que sólo los blancos podían ser propietarios dela tierra…Pero la invasión del último pirata también provocóla reacción conjunta de los países de la zona, y El Salvador, Honduras yGuatemala formaron una alianza para expulsar a Walker, lo que consiguieron trasvarias batallas. Obligado a huir a Nueva Orleans, el incansable Walker intentaráuna nueva aventura caribeña, invadiendo Honduras en junio de 1860, pero en estaocasión fue rápidamente derrotado y, sin encontrar piedad esta vez, fusilado en el puerto deTrujillo en septiembre de ese mismo año.
En las fantásticas historias de Astérix, uno de losinolvidables personajes secundarios es el pirata Barbarroja, cuyo barco acabaen el fondo del Mediterráneo siempre que tiene la mala fortuna de encontrarse alos héroes galos y a su poción mágica. En la vida real nos es algo más difícilencontrar fórmulas o pociones mágicas con las que vencer a los malos, perotodos podemos aportar algo para mandar a los piratas, sean del Caribe, de aguadulce o de tierra, a las estanterías de la historia, dejando que los Drake, Flint,Morgan y compañía naveguen por las únicas aguas que deben ser suyas, las de loscuentos, las novelas y las películas que, hoy como ayer, siguen cautivando a aquellos niños que sueñan con cubrirse el ojo con un parche y lanzarse al abordaje de los barcos de su imaginación.