Reflexiones sobre Europa, América y el Mediterráneo

Una mirada a la historia, una reflexión sobre el presente y algún comentario sobre el futuro de países, personas e ideas de ambos lados del atlántico

jueves, 17 de mayo de 2012

EL ESPEJO DESENTERRADO


    
Me adentré por primera vez en el universo de Carlos Fuentes buscando pistas sobre la identidad americana y su relación con España. En verano del 96 fui destinado a Bolivia y mis últimas semanas antes de viajar al altiplano andino las pasé intentando leer todo lo que podía sobre esa ciudad, sobre ese país, sobre ese continente…Un compañero que había estado destinado en La Paz quince años antes me recomendó “La Tía Julia y el Escribidor”, mitad porque Vargas Llosa había pasado su infancia en la ciudad de Cochabamba, mitad porque en esa novela del reciente premio Nobel el personaje del escribidor es boliviano, y son constantes los guiños a la sociedad y cultura bolivianas que se deslizan entre la historia verídica de Marito y su tía Julia y las inventadas del escribidor, que tanto disfruté en aquellos calurosos días del verano que antecedieron a mi marcha a La Paz.

También  por aquel entonces leí por vez primera una obra de Carlos Fuentes, “El Espejo Enterrado”, esa gran ensayo, a caballo entre la historia y la reflexión personal, que Fuentes publica a comienzos de los años 90 del pasado siglo y con el que se dedica a “la búsqueda de la continuidad cultural que pueda informar y trascender la desunión económica y fragmentación política del mundo hispánico…un espejo que mira de las Américas al Mediterráneo, y del Mediterráneo a las Américas…”.

Con ese libro, con esa búsqueda tan profunda y culta de Fuentes, comencé a vislumbrar algo de la riqueza y la intensidad, de la dificultad y complejidad, del “alma cultural, política y económica del mundo de habla española”, a la que el escritor mexicano dedicó gran parte de su trabajo y de su pensamiento. Más tarde, conforme yo también me iba adentrando en (o iba siendo engullido por) el vertiginoso paisaje humano y social del continente americano, seguí leyendo algunos de sus libros, tanto novela (“La Muerte de Artemio Cruz”, quizás la que más me gustó, “Gringo Viejo” y “Los Años con Laura Díaz”) como ensayo (“La Gran Novela Latinoamericana”, “Los 68”), que nunca me decepcionaron y siempre me ofrecieron nuevas llaves con las que abrir algunas puertas del fascinante y complejo mundo latinoamericano.

Pero las palabras que nunca he olvidado de Carlos Fuentes no las escribió para ningún libro, sino con ocasión del discurso con el que inauguró el  Congreso de la Lengua Española celebrado en Rosario en el 2004 (su intervención fue en representación de América Latina, seguro que una de las distinciones que recibió con más orgullo). Estas fueron las palabras con las que Fuentes inició aquel discurso:

“Mírenlos. Están aquí. Siempre estuvieron aquí. Llegaron antes que nadie. Nadie les pidió pasaportes, visas, tarjetas verdes, señas de identidad. No había guardias fronterizas en los Estrechos de Behring cuando los primeros hombres, mujeres y niños cruzaron desde Siberia a Alaska hace quince, once y cuatro mil años.
No había nadie aquí. Todos llegamos de otra parte. Y nadie llegó con las manos vacías. Las primeras migraciones de Asia a América trajeron la caza, la pesca, el fuego, la fabricación del adobe, la formación de las familias, la semilla del maíz, la fundación de los pueblos, las canciones y los bailes al ritmo de la luna y del sol, para que la tierra no se detuviese nunca.
Óiganlos. Los indios fueron los primeros poetas, cantaban con las palmas de las manos para enumerar las metáforas del mundo.
Todo ello elevado al gran canto poético de la brevedad de la vida.
No hemos venido a vivir.
Hemos venido a morir.
Hemos venido a soñar…”

Con su obra, con sus historias, con sus personajes y sus reflexiones, Carlos Fuentes nos ha ayudado a poder soñar y, aunque el canto poético de los indios diga otra cosa, también a vivir. Incluso, aunque no sea tarea fácil, nos ha indicado cómo desenterrar ese espejo que yace bajo la arena, del Atlántico, del Mediterráneo… 

miércoles, 25 de abril de 2012

LAS INVISIBLES


Nos parece algo sencillo, más o menos largo y engorroso según el día o el funcionario que nos atienda, pero tan simple como acercarse a una comisaría de la Policía Nacional en España o a alguna dependencia administrativa en otros países. A eso se suelen reducir los trámites necesarios para obtener el documento de identidad o el pasaporte. Rellenamos unos formularios con nuestros datos, aportamos una pequeña foto rectangular sobre fondo blanco y ponemos nuestro dedo índice marcado en tinta negra sobre una cartulina. Todos los seres humanos tenemos un nombre y uno o más apellidos, que combinados con nuestro rostro, con nuestra imagen, con nuestras huellas, nos confieren una identidad propia que, precisamente, nos convierte en únicos, en seres individuales e individualizados frente al resto de nuestros semejantes. Hoy día, en la mayoría de países esa identidad propia va ligada, necesariamente, a ese documento oficial que sirve de prueba de nuestro nombre, filiación y nacionalidad. Un documento simple, un pequeño papel plastificado que en algunos casos se obtiene en apenas varios minutos y en otros cuesta algunos días o incluso semanas, un trozo de papel que condensa en unas cuantas fórmulas y palabras oficiales quiénes somos, y al que apenas le damos importancia alguna cuando sabemos que yace en algún lugar de nuestro bolso o cartera.

Y sin embargo, para tantas personas en tantos países, qué diferencia tan abismal supone tener acceso a ese documento que diga, que pruebe, que demuestre, quienes somos. Cuántas cosas son imposibles y están prohibidas para quienes no pueden acceder a ese papel con firma y sello que en mi caso dice que me llamo Enrique, que nací en Sevilla y que soy hijo de Antonio y de Teresa, en qué mundos paralelos pero estancos se nos sitúa por tener, o no tener, papeles, por ser oficialmente alguien o no serlo…

Doña Carmen, una salvadoreña de algo más de cincuenta años, pertenecía hasta hace poco al mundo de las que no tenían, incluso en su propio país, y no porque ella no quisiera, o no lo hubiera intentado. Varias veces se había presentado en dependencias administrativas a solicitar su documento de identidad y siempre había sido rechazada, por la simple y contundente razón de que doña Carmen carece de huellas digitales…Desde sus trece años, desde hace casi cuatro décadas, doña Carmen trabaja de tortillera en una comunidad de su pueblo, Lourdes Colón, una población a una treintena de kilómetros de la capital. Todos los días desde sus trece años doña Carmen calienta en un comal las tortillas, el alimento básico de casi toda la región mesoamericana, volteando una y otra vez la masa de harina de maíz sobre la ardiente superficie hasta que las tortillas están listas para ser comidas. Casi cuarenta años utilizando sus manos, sus dedos, para ganarse la vida calentando unas tortillas que otros se comerán; cuarenta años que hicieron que sus huellas digitales, las líneas de su vida, las líneas que la individualizaban como una persona con identidad, y con derechos de ciudadana, se perdieran para siempre en el calor del comal, en el día a día de su oficio, entre tortilla y tortilla…

El de doña Carmen no es un caso aislado, ni en El Salvador ni en otros países. Millones de personas en todo el mundo -siempre los más desfavorecidos, siempre "los olvidados", por utilizar el título de la estremecedora película de Buñuel-, no pueden obtener ese papel, ese documento, que les permitiría, al menos, tener la posibilidad de optar a un empleo digno o acceder a los servicios públicos. Seres humanos que la falta de papeles parece invisibilizar, aunque todos y cada uno de nosotros sepamos que están ahí, calentando nuestras tortillas, limpiando nuestros baños o cuidando a nuestros hijos...
  
Pero el de doña Carmen es también un ejemplo de que las cosas pueden ser diferentes, de que esa invisibilidad no tiene porque ser permanente. Ella sigue calentando tortillas todas las mañanas, es lo que siempre ha hecho y quizás lo único que sepa hacer. Pero desde hace unos meses lo hace con su documento de identidad, conseguido gracias a Ciudad Mujer, un proyecto de atención integral a las mujeres del país que el gobierno salvadoreño puso en marcha hace un par de años y que, sin poder devolverle sus huellas digitales, sí consiguió todos los informes (médicos, administrativos...) necesarios para la expedición del ansiado documento. A buen seguro los clientes de doña Carmen no habrán notado la diferencia -las tortillas saben igual de ricas y su sonrisa se deberá a que el negocio va bien o a las buenas noticias de los hijos-, pero ella guarda con todo el celo del mundo ese documento que tanto trabajo le costó obtener, aunque a fin de cuentas en él sólo se diga lo que ella siempre supo: que se llama Carmen y que nació en Lourdes Colón, hija de...   




Un puesto de tortillas, en un pueblo del oriente del país.

sábado, 7 de abril de 2012

LA PERLA NEGRA DEL DESIERTO


  
A través de internet me llegan hasta El Salvador las noticias sobre los combates que en el norte de Mali enfrentan a una extraña alianza de tuaregs e islamistas contra las tropas leales al gobierno central de Bamako. Ello me lleva a revolver cajas de la mudanza que aún no he abierto en busca de un antiguo cd con las fotografías del viaje que hace unos años realicé a ese país en compañía de mi buen amigo Antonio Llaguno, uno de los mejores conocedores de su fascinante historia y culturas y autor de los libros “La conquista de Tobuctú” y “Tombuctú, el reino de los renegados andaluces”, ambas publicadas por Almuzara, la editorial que fundara Manuel Pimentel cuando dejó Madrid y la política para regresar a su Córdoba natal. Los nombres de las ciudades que han caído en poder de los rebeldes –Gao, Tombuctú, Kidal-, que ahora aparecen en mi pantalla de ordenador como lugares de batallas más o menos cruentas recuerdan la época dorada de los grandes imperios del África Occidental: los Askia, Songhay, Peules…y fueron todas ellas diferentes etapas de aquel viaje que hicimos en el 2005.   

La gran mezquita de Djenné.

El motivo principal del mismo era, precisamente, conocer la mítica Tombuctú, adonde llegamos una mañana de sol deslumbrante a bordo de un pequeño avión manejado de forma despreocupada por unos jóvenes y divertidos pilotos neozelandeses que, tras despegar de Bamako, la capital de Mali, siguió el curso del Níger hasta donde el gran río comienza su famosa y misteriosa curva dejando a un lado la inmensidad del desierto del Sahara. Allí, frontera y testigo de esos dos espacios tan absolutos y definitorios como son el gran desierto y el gran río, se erige desde hace casi mil años la ciudad de Tombuctú, conocida durante siglos como "la perla negra del desierto".  


 Cruzando el Níger.

Como nos cuenta Llaguno, en sus momentos de más esplendor, a mediados del siglo XVI, Tombuctú era "la capital económica, cultural e intelectual del Imperio Shonghay, lugar de intercambio entre las piraguas de la sabana africana y las caravanas que atravesaban el Sáhara, sede también de la primera universidad del África negra, donde todos los sabios del Islam querían enseñar sus conocimientos…”. De aquel entonces viene un proverbio, que los habitantes de la ciudad siguen recitando orgullosamente a los pocos visitantes que se adentran por sus polvorientas calles, según el cual “la sal viene del norte, el oro viene del sur y la plata del país de los blancos, pero las palabras de Dios, las cosas sabias, los cuentos y las bellas historias, sólo se encuentran en Tombuctú…”. El saber y la cultura, al igual que la sal, los esclavos, el comercio o la religión, llegaban a Tombuctú a bordo de canoas o a lomos de camello, y aún hoy día, en perdidos cruces de caminos de las fronteras más meridionales de Marruecos se encuentran desvencijados carteles que apuntan hacia la inmensidad del desierto bajo la leyenda “Tombuctú, 52 días a camello…”. 

En los días que estuvimos en la ciudad recorrimos sus calles bajo un sol cegador, admirando la extraordinaria arquitectura de adobe cuyas formas inspiraron a Gaudí y que fue creada por el arquitecto Es-Saheli, uno de tantos andalusíes (éste nacido en Granada en 1290) que cruzaron el gran desierto para llegar a la mítica ciudad.

Mezquita de Djingereiber en Tombuctú.

Gracias a Antonio fuimos recibidos por Ismael Diadié, heredero de una familia que se dice descendiente del rey godo Witiza y que posee uno de los mayores tesoros del África, y en realidad de la humanidad, una fantástica biblioteca compuesta por más de siete mil manuscritos, muchos de ellos de origen andalusí, que datan desde el siglo XII al XIX, reunidos y amasados por sus antepasados a través de los años, traídos a lomo de camello desde Toledo o adquiridos en los oasis del desierto o en sus viajes a los lugares sagrados del Islam, y que han sido fundamentales para posibilitar un mejor conocimiento de las relaciones entre al-Ándalus y Tombuctú, es decir, entre España y el mundo africano. Desde hace muchos años Ismael trabaja para lograr hacer realidad su sueño de construir un edificio adecuado que permita la conservación de este patrimonio cultural único y que lo proteja de esos grandes enemigos del papel y la tinta que son el sol, el calor y el polvo.    

Ismael Diadié y la biblioteca andalusí.

Sin embargo, no hay edificio, aún no se ha inventado, que pueda proteger a libros o manuscritos, en realidad a cualquier tipo de expresión cultural o artística, de la destrucción de la guerra. En aquella visita a Tombuctú, Ismael nos quiso agasajar con la hospitalidad propia de su gente, y en el tejado de su casa, bajo un cielo estrellado tan profundo e intenso en la noche como el desierto lo es por el día, compartimos un cordero asado. Allí, tumbados sobre alfombras y bebiendo coca-cola en vasos de plástico, Ismael nos habló de otra guerra con los tuaregs, que por aquel entonces acababa de terminar, de cómo vecinos de la ciudad habían sido asesinados y otras bibliotecas similares a la suya saqueadas y destruidas...Leo las noticias de la guerra actual y no puedo dejar de pensar en Ismael, en su familia, en su biblioteca...tampoco dejo de preguntarme por el afán de destrucción del hombre y por el especial ensañamiento que en la guerra se muestra hacia la cultura, como en los tiempos más recientes muestran el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo o la destrucción de las figuras de los Budas de Bamiyan en Afganistán. Quizás la respuesta a esa pregunta me la dio, hace años y con ocasión de otro viaje, un viejo judío sefardí que me habló durante horas de la Cultura, que él consideraba el alma de los pueblos; de ahí el afán por destruir la cultura de quien se considera el enemigo, de ahí también la resistencia, casi inmortal, de ésta...Pienso en ello y me digo que Ismael y su biblioteca son parte esencial de Tombuctú y que, sea quien sea que la gobierne, habrá otra noche estrellada en la que compartiremos un cordero y, aunque tenga que ser entre sorbo y sorbo de coca-cola, volveré a escuchar con emoción las historias de su ciudad, de su familia y de sus manuscritos, que en realidad no son sino una sola historia que comenzó hace varios siglos en alguna ciudad de la España musulmana, o quizás en un oasis del Sáhara, o quizás en realidad mucho antes, cuando el hombre comenzó a escribir sus pensamientos en papiros o en tablas de arcilla...   

domingo, 25 de marzo de 2012

ADIOS MUCHACHOS


Sergio Ramírez desgrana sus reflexiones con un castellano cadencioso, suavizado por un profundo deje caribeño y siempre salpicado de su acerado sentido del humor, seduciendo a los que tenemos la suerte de compartir desayuno con él una calurosa mañana del mes de marzo. Cerca de treinta personas nos hemos acercado a escucharle, entre ellos varios jóvenes escritores salvadoreños que quieren conocer al autor consagrado, también antiguos luchadores de causas más o menos perdidas que, como él, en algún momento de sus vidas se embarcaron en la gran aventura de la lucha por un mundo más justo y que ahora que Sergio visita El Salvador quieren rememorar con él esfuerzos y logros, quizás también amarguras y decepciones…

Sergio habla de todo, de sus inicios como escritor en la Managua de su juventud, destruida casi totalmente por el terremoto de 1972, de la librería “Selva”, en la que quiso vender su primer libro de cuentos (“la dueña siempre se acordaba de mi con mucho cariño, contaba que yo le dejé para la venta 10 ejemplares de ese libro y que a los pocos meses tenía 11…”), pero también de la Nicaragua que vio nacer a Rubén Darío en 1.867 (“diezmada por la Guerra Nacional, con apenas 200.000 habitantes en todo el país, analfabeta y rural, y allí viene a nacer un genio como Rubén Darío…”) o de su oficio como escritor (“…como narrador me esfuerzo por ser un mentiroso profesional, por eso mi triunfo definitivo es cuando las mentiras que cuento son tomadas como verdaderas…”).

Supe por primera vez de Sergio Ramírez en los años 80 del siglo pasado, cuando fungía como vicepresidente de la Nicaragua sandinista, y ya entonces, en alguna entrevista que le vi en televisión, me impactó su precisión en la utilización del lenguaje y la fuerza moral de sus ideas y convicciones. Muchos años después, ya casi en el cambio de siglo, le conocí como gran escritor con “Margarita, está linda la mar” (Alfaguara) y “Adiós Muchachos” (Aguilar), su crítico y melancólico recuerdo de la revolución sandinista, y desde entonces he seguido con gran atención todo lo que publicaba, como sus novelas “Sombras nada más” o “La Fugitiva” (Alfaguara ambas), atraído por sus historias, sus personajes y por ese paisaje que él desmenuza tan bien de la América Central, esa “entidad cultural que sigue siendo un rompecabezas por armar” y por la que Sergio Ramírez nos ayuda a adentrarnos al escribir sobre sus guerras, sus poetas o sus dictadores, sobre sus ilusiones, sus esperanzas y sus fracasos.

A pesar de que el sol de la mañana comienza a ser abrasador, Sergio Ramírez sigue escuchando con atención los comentarios que se le hacen, entrelazando en sus respuestas a las muchas preguntas la política con la literatura y saltando de la guerra de mediados del siglo XIX contra el filibustero Walker a las últimas elecciones en Nicaragua y El Salvador, compartiendo alrededor de un café sus ideas, creencias y aficiones (“…la felicidad de leer es una de las más grandes epifanías de esta vida…”) y haciéndonos partícipes de cómo Poe, Chéjov o Maupassant fueron sus maestros en aquellos primeros años en los que peregrinaba por las escasas librerías de Managua colocando los ejemplares del libro que él mismo había publicado, o de que considera “El Quijote” como la gran obra de la Literatura hispana de todos los tiempos… 

Concluye con un mensaje de optimismo, aunque él lo formule en negativo, (“no aconsejo el pesimismo…”), y nos recuerda que “no hay desarrollo sin educación; en Centroamérica hemos tenido excepcionales solistas: Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias o Roque Dalton, pero para tener una buena orquesta es fundamental cuidar e invertir en educación…”. Está por finalizar el acto cuando toma la palabra un señor mayor, con pelo cano y gruesas gafas de sol que, tras pedir muy amablemente a los organizadores que en próximas ocasiones la comida sea algo más decente, felicita a Sergio Ramírez por “lo más importante que usted ha logrado: mantener siempre un firme compromiso ético, sea ante la vida, la política o la literatura…”. Estallan los aplausos de la concurrencia y me doy cuenta de que hace demasiado calor y de que, en verdad, quizás el café y los frijoles no estaban tan buenos, pero estoy igualmente seguro de que todos hemos disfrutado de ese desayuno con Sergio Ramírez.     

domingo, 11 de marzo de 2012

EL PRINCIPITO, SU ROSA Y LOS VOLCANES


El primer libro que me regaló Kathy, en aquellos iniciales y guatemaltecos meses en los que comenzaba nuestra relación, fue “Memorias de la rosa” (Ediciones B), los recuerdos autobiográficos de Consuelo de Saint-Exupéry, viuda del célebre aviador francés autor de la imperecedera historia de ese pequeño príncipe que con su inocencia e inteligencia pone al desnudo los convencionalismos e hipocresías con los que los adultos manejamos el mundo que hemos construido. Consuelo Sucin, que era el apellido de soltera de la esposa de  Saint-Exupéry, puso por escrito sus recuerdos en 1946, dos años después de la desaparición de su marido en aquella última y maldita misión en la que su avión fue abatido sobre el Mediterráneo, cerca de la costa de Marsella, pero éstos permanecieron encerrados en un baúl medio siglo, hasta que en 1.999, veinte años después de la muerte de Consuelo, su heredero decidiera publicar el manuscrito para “devolverla al lugar exacto que ocupó siempre al lado de quien dejó escrito que había edificado su vida sobre ese amor.” 

Leyendo las páginas de ese primer regalo de Kathy supe de la extraordinaria historia de Consuelo Sucin, una salvadoreña que nació en 1901 en la pequeña población de Armenia, situada en las faldas del volcán Izalco, cerca de la frontera entre El Salvador y Guatemala. De padres cafetaleros, Consuelo tuvo una acomodada y feliz infancia, jugando en la plantación de café de su padre, “entre los grandes bananos, con los indios…”. Una infancia que, como cuenta Alain Vircondelet en la introducción del libro, la marcaría para siempre, “atravesada por sueños y fantasías magnificados por el imaginario centroamericano…El Salvador, con sus tierras quemadas, sus volcanes y sus terremotos, se convierte en un país de leyenda. Ella es el genio y la diosa de este país…”.   

Con las muchas posibilidades que le permiten los medios de su familia y con una personalidad arrolladora, dispersa y diletante, Consuelo parte muy joven de El Salvador, estudia arte en San Francisco, México y España y recala en la Francia de entreguerras, en el París de los felices años veinte que disfruta aún de sus últimas bocanadas como capital cultural del mundo antes de ceder el testigo a Nueva York. Allí conoce a las vanguardias que estremecen a una decadente sociedad y se relaciona con pintores, escritores, farsantes, vividores, fascistas de salón y furibundos comunistas. Germán Arciniegas, el gran escritor colombiano, cuenta cómo “entre la primera y la segunda guerra mundial todo el mundo hablaba de Consuelo como de un pequeño volcán de El Salvador que arrojaba su fuego sobre los techos de París…”. Algunas llamaradas de esa erupción alcanzan a Enrique Gómez Carrillo, cónsul de la Argentina en París, que se convierte en su segundo marido (había estado casada brevemente en México). Gómez Carrillo era un conocido escritor e intelectual, y la pareja se relaciona frecuentemente con Rubén Darío o Gabriele D´Annunzio, pero en 1927 fallece muy prematuramente.

Joven, hermosa, rica y viuda, Consuelo es invitada por el gobierno argentino a visitar Buenos Aires, y por esas burlas de la fortuna, si en París había conocido a un diplomático argentino que sería su segundo marido, en Buenos Aires conoce a un aviador francés que se convertiría en el tercero, y en el hombre de su vida. En sus memorias cuenta cómo la noche que se conocen, huyendo ella de una aburrida fiesta en la que “sólo se hablaba de una revolución que nunca llegaba”, Saint-Exupéry la lleva a dar una vuelta en su avión por los cielos de la capital argentina, arrancándole un primer beso bajo la amenaza de estrellar la aeronave en el Río de la Plata…Sería el primero de muchos besos y el inicio de una tormentosa relación que durante quince años sobrevive a engaños, infidelidades mutuas y al desprecio de la familia de “Tonio”, y cuyo capítulo principal sólo concluye ese fatídico 31 de julio de 1944 en el que el mar se traga el avión de Saint-Exupéry. Quince años fundamentales para comprender al Saint-Exupéry escritor, pero también a ese hombre difícil y contradictorio, que constantemente "parte y huye, busca amar y ser amado, se busca y no se encuentra…”.

En el relato de Saint-Exupéry, El Principito le habla al aviador del planeta de dónde él viene, el asteroide B612, en el que hay tres volcanes y una rosa, la única flor que allí queda, bella, hermosa, frágil, vanidosa y con espinas. Para volver a juntarse con su rosa, El Principito se deja morder por una serpiente venenosa, pues sólo así consigue transportarse a su mundo, a su planeta, donde podrá cuidar, al pie de los volcanes, a esa flor, “única entre todas”. Antes de partir, mientras el aviador perdido en el desierto del Sahara intenta reparar su avión, el joven príncipe le confía que “lo esencial es invisible para los ojos”, algo que la niña Consuelo, la rosa de Saint-Exupéry, sabía perfectamente cuando jugaba, alegre y despreocupada, en los cafetales del Izalco, “entre los grandes bananos, con los indios”, algo que, como todos nosotros, fue olvidando poco a poco, a medida que la iba engullendo el mundo de los adultos…

sábado, 3 de marzo de 2012

LA GUERRA DEL FUTBOL Y OTRAS HISTORIAS



Otra de las profesiones más antiguas del mundo es la de visitar lejanos y extraños lugares para contar lo que se ve y lo que se descubre, de otros hombres, de otras culturas y de otras costumbres. Herodoto fue uno de los primeros en practicar ese oficio, y lo hizo tan bien que, desde entonces (siglo V antes de Cristo), historiadores, periodistas o simples viajeros intentan imitar la perspicacia y profundidad con las que aquel griego nacido en Anatolia relató sus viajes por un mundo que, con el centro en Grecia, se extendía hasta el Sudán, Etiopía o la Península Arábiga.
Ryszard Kapuscinski ha sido otro de esos escritores errantes que, en palabras de Blake Morrison, con sus historias sobre lo que presenció “trasciende los límites del periodismo y escribe con el vigor narrativo de un Conrad, un Kipling, un Orwell…”. Nacido en Polonia en 1932, y fallecido en Varsovia en el 2007, Kapuscinski es el gran cronista de muchas de las innumerables convulsiones del siglo XX: guerras en América, revoluciones en África, dictaduras en Asía…allá donde había una noticia asomaba este polaco errante, hombre de mundo y admirador de Herodoto que antes de viajar a un destino intentaba leer al menos cien libros sobre su historia, su geografía y su cultura.
De sus impresionantes relatos uno de los que más me gusta es “El Emperador” (publicado en España por Anagrama), en el que se adentra por las miserias, locuras y excentricidades del último emperador de Etiopía, Haile Selassie I, el Negus, el Rey de Reyes, el León de Judá, que se decía descendiente directo y heredero del rey Salomón y de la reina de Saba -y que, a su vez, era considerado una especie de mesías redentor por los rastafaris de Bob Marley-, destronado por una revolución socialista en los años 70. Kapuscinski, que llegó al país tras su derrocamiento, recorre los pasillos y salones de sus antiguos palacios y camina por las calles desiertas de Addis Abeba, escuchando para luego contarnos las historias y recuerdos de sus viejos y aún leales servidores, construyendo un fresco espectral sobre aquel emperador diminuto que reinó sobre millones de empobrecidos súbditos.    
Igual de interesante, más para quienes vivimos en la zona de los hechos, es “La Guerra del fútbol y otros reportajes” (también en Anagrama), en el que nos cuenta sobre la trágica guerra que estalló en 1969 entre Honduras y El Salvador, una de las últimas contiendas bélicas entre dos países del continente americano. El chispazo definitivo que provocó el comienzo de las hostilidades fueron unos gravísimos incidentes en las eliminatorias  para el Mundial de México de 1970 disputadas entre las respectivas selecciones nacionales, que Kapuscinski detalló en su crónica de los hechos, bautizando así a una guerra que en Honduras se conoce como “la guerra de las 100 horas” (los combates duraron del 14 al 18 de julio) y en El Salvador como “la guerra por la dignidad nacional”. Con un nombre o con otro, más de 5.000 personas perdieron la vida y decenas de miles se vieron desplazadas de sus hogares (principalmente salvadoreños que tuvieron que dejar Honduras, donde se habían establecido desde décadas anteriores). La guerra, cuyas causas profundas eran la pobreza, el militarismo y la emigración salvadoreña a Honduras, también acabó con el sueño de la integración centroamericana, que había avanzado a un gran ritmo en la década de los 60, y que no volvería a recobrar su pulso hasta los comienzos del siglo XXI.         
La selección de El Salvador fue la que se clasificó finalmente para el mundial, derrotando 3-2 a la de Honduras en un partido de desempate disputado en México, pero la guerra, como casi todas, la perdieron los pueblos que la sufrieron, de un lado u otro de la frontera. Entre las muchas historias que afloran en su trepidante narración de esas 100 horas, Kapuscinski nos cuenta cómo un soldado hondureño le confiesa que no sabe por qué lucha contra su país vecino, “asuntos del gobierno, más vale no hacer preguntas”, le responde agazapado entre la maleza...Así nos recuerda Kapuscinski que, en mitad de la selva, del desierto o de la ciudad, como ciudadanos debemos no olvidar nunca que los “asuntos del gobierno” son también los nuestros, pues sólo así podremos exigirle a ese gobierno que se ocupe de las cuestiones realmente importantes, que ya nos ocuparemos nosotros de resolver la polémica por lo ocurrido en un partido de fútbol con la  tradicional fórmula de compartir una buena y fría cerveza con los aficionados del equipo rival.              

domingo, 12 de febrero de 2012

PIRATAS DEL MAR CARIBE


El Caribe ha sido, sin duda, el mar del continenteamericano, ese Mediterráneo del Nuevo Mundo con aguas profundamente turquesas dondemarinos de diferentes culturas, lenguas y naciones han guerreado, comerciado yfundado ciudades a lo largo de varios siglos. Un mar que, al igual que elMediterráneo, ha generado una cultura propia -resultado tanto de mestizajes violentos como de conexiones pacíficas- de tal vitalidad que desborda en mucho sus confinesgeográficos y se extiende hasta allá donde se escuchen los sensuales ritmos desu música, se paladeen los sabores de su intensa cocina o se rece a susreligiones sincréticas. Un mar, y sobre todo una cultura, de sol, de razas, deislas y de ciudades, que se puede encontrar, por supuesto, en La Habana, SantoDomingo, Puerto Príncipe o Cartagena de Indias, pero también en Nueva York, enSalvador de Bahía y hasta en algunos barrios y calles de Londres o de Madrid.

Y como el Mediterráneo en tiempos anteriores, un marque en diferentes épocas ha estado infestado de piratas, bucaneros yfilibusteros, que no encontraron mejor refugio que sus innumerables calas,ensenadas y bahías mientras acechaban el paso de los buques españoles que llevaban buenaparte de las riquezas del continente hasta Sevilla. Como cuenta GermánArciniegas en su Biografía del Caribe (Editorial Sudamericana, 1963), los piratas “…son los enemigos del género humano…con labandera negra en el palo mayor, sus barcas siniestras levantan la proa entreespuma de sangre. Su leyenda es la leyenda del Caribe. Ante su nombre tiemblan enLa Habana los españoles, en Kingston los ingleses, en Martinica los franceses,en Curacao los holandeses, en el mar los marinos, en la tierra los ricos, yhasta en la sombra de los montes las mujeres, los frailes y los niños…”. Muchas de las aventuras de esos piratas nos acompañaron en nuestra niñez, inmortalizadas por la literatura o laspelículas de Hollywood, de la valentía de Sir Francis Drake a la amistad de John Silver el Largo y Jim Hawkings en “LaIsla del Tesoro”, de la habilidad como espadachín de Tyrone Powers en “El Cisne Negro” (Henry King, 1942) a los trucos de JohnnyDepp en la (por otra parte muy previsible) saga de “Piratas del Caribe”.

Sin embargo, en épocasposteriores, cuando los metales preciosos de Potosí o de México ya no iban rumbo a España y los países del continente americano habían alcanzado su independencia, hicieron su aparición otros filibusteros. Y a falta de barcos que transportaran plata, qué mejor botínque los propios estados para enseñorearse de sus tierras y hombres. Eso fue, enmuy pocas palabras, lo que intentó uno de los últimos piratas o filibusterosque surcó las aguas y las tierras caribeñas, un estadounidense llamado WilliamWalker que, a mediados del siglo XIX, cuando la doctrina del “destinomanifiesto” parecía augurar que casi todo el continente americano caería bajoel dominio de Washington, invadió con un centenar de mercenarios (que seautodenominaban, muy pretenciosamente, “Los Inmortales”) Nicaragua, haciéndosecon el poder y proclamándose presidente de ese país (1856-1857), en lo queWalker pretendía que fuera el primer paso hasta la dominación de toda la regióncentroamericana. En sus breves meses de gobierno dejó claras muestras de suracismo, estableciendo la esclavitud, imponiendo el inglés como idioma oficialjunto al español y decretando que sólo los blancos podían ser propietarios dela tierra…Pero la invasión del último pirata también provocóla reacción conjunta de los países de la zona, y El Salvador, Honduras yGuatemala formaron una alianza para expulsar a Walker, lo que consiguieron trasvarias batallas. Obligado a huir a Nueva Orleans, el incansable Walker intentaráuna nueva aventura caribeña, invadiendo Honduras en junio de 1860, pero en estaocasión fue rápidamente derrotado y, sin encontrar piedad esta vez, fusilado en el puerto deTrujillo en septiembre de ese mismo año.

En las fantásticas historias de Astérix, uno de losinolvidables personajes secundarios es el pirata Barbarroja, cuyo barco acabaen el fondo del Mediterráneo siempre que tiene la mala fortuna de encontrarse alos héroes galos y a su poción mágica. En la vida real nos es algo más difícilencontrar fórmulas o pociones mágicas con las que vencer a los malos, perotodos podemos aportar algo para mandar a los piratas, sean del Caribe, de aguadulce o de tierra, a las estanterías de la historia, dejando que los Drake, Flint,Morgan y compañía naveguen por las únicas aguas que deben ser suyas, las de loscuentos, las novelas y las películas que, hoy como ayer, siguen cautivando a aquellos niños que sueñan con cubrirse el ojo con un parche y lanzarse al abordaje de los barcos de su imaginación.

domingo, 5 de febrero de 2012

MISION IMPOSIBLE


Es aún noche cerrada cuando salimos de la ciudad, y en las habitualmente atestadas calles apenas nos cruzamos con unos cuantos autobuses, algunos exhiben grandes escudos del Real Madrid o del Barça, otros portan imágenes de Jesús con la corona de espinas. Al rato de tomar la carretera los primeros rayos de sol comienzan a filtrarse a través de los volcanes que vamos dejando atrás, el de Izalco, el de Santa Ana...en varios tramos la carretera discurre paralela a la vieja vía de tren, abandonada ya hace mucho, y que fue construida a finales del siglo XIX para hacer llegar el café de las altas tierras de cultivo hasta el puerto de Acajutla, de donde salía hacia los mercados de los Estados Unidos, también de Europa. Era la época en la que los países de la zona construyen unas economías basadas en el cultivo de uno o varios productos, que exportan a los mercados internacionales, sea el banano en Guatemala o el café en El Salvador, y que consolidaría la concentración del poder económico, y político, en unas cuantas familias propietarias de grandes plantaciones.
 
En este pequeño pero muy densamente poblado país son muchos los pueblos, caseríos y comunidades por los que vamos pasando; a pesar de la temprana hora, en las calles abundan los puestos de comida, donde se preparan pupusas (tortillas de maíz rellenas de queso, chicharrón o frijoles).   
A las 2 horas llegamos a nuestro destino, el parque nacional El Imposible, el más grande de El Salvador, situado en las elevaciones costeras del pacífico fronterizo con Guatemala, un área natural considerada la más importante del país y uno de los últimos refugios de animales como el puma o el tigrillo. Su descorazonador nombre viene de las dificultades que tenían los cafetaleros de la zona para acarrear su producto al mar a través de este paraje, teniendo que atravesar quebradas y pasos por las que a menudo se despeñaban bestias de cargas y personas, hasta que en 1968 se construyó un puente que hizo más fácil, aunque algo menos heroico, su paso.
   Nuestro amigo Onno ha preparado una jornada de trekking por el parque nacional, así que tras una breve charla y explicación partimos con nuestros guías de la fundación Salvanatura, y durante horas subimos y bajamos por valles y quebradas, vadeamos el río Ixcanal y remontamos el curso del Maishtapula, donde encontramos una poza para un refrescante chapuzón. Hacia las 3 llegamos de vuelta al campamento, algunos (yo) más cansado que otros. Los guías nos cuentan que en ocasiones ese mismo camino tienen que hacerlo hasta 2 veces en un día, en ocasiones incluso de noche, cuando atisban luces de cazadores o pescadores furtivos y tienen que ir ahuyentarlos.
Salimos de regreso cuando el sol ya está bajando, y desde las faldas del parque se puede divisar el océano pacifico, meta antaño de los que arriesgaban su vida cruzando El Imposible. En el camino sin asfaltar que baja del parque vamos dejando atrás a familias que caminan hacia algún templo cercano, la mayoría parecen evangélicos, las señoras con falda larga y pañuelo a la cabeza, los niños felices correteando entre el polvo del camino. Para cuando llegamos de vuelta a la ciudad ya es de noche, pero estoy demasiado cansado para que me despierte el ruido de esta alegre y bulliciosa ciudad.

domingo, 29 de enero de 2012

EL TRAJE DEL EMPERADOR


Supe por primera vez del emperador Maximiliano I de México y su trágica aventura mexicana la tarde que vi “Veracruz” (Robert Aldrich, 1954), ese extraordinario western en el que Gary Cooper, Burt Lancaster y una jovencísima Sara Montiel intentan hacerse con el tesoro que el emperador guardaba para comprar armas con las que derrotar a los rebeldes de Benito Juárez. De esa película recuerdo al bueno de Gary Cooper y al canalla de Burt Lancaster y lo que nos reíamos mis hermanos y yo con el sufrimiento y los rezos de los sirvientes del palacio de Chapultepec cuando al emperador le da por demostrar su puntería intentando apagar a tiro limpio las velas y candelabros sostenidos por los mayordomos imperiales. Años después, quizás en 3º de BUP o en COU, me tocó estudiar algo de historia de América, y los escasos párrafos dedicados a México venían ilustrados por un dibujo del fusilamiento del emperador tras su derrota frente a los juaristas. Cautivo y desarmado su ejército, Maximiliano fue capturado en Querétaro y pasado por las armas junto a sus últimos fieles, los generales Miramón y Mejía, en junio de 1867.  

Esa es, resumida, la versión oficial de cómo finaliza la extraordinaria y algo ridícula historia de Maximiliano de Habsburgo, hermano menor del emperador de Austria-Hungría, el gran Francisco José, tras ser instaurado emperador de México por la fuerza de las bayonetas europeas (principalmente francesas) en 1864. Los Estados Unidos, que habían dejado claro a principios de ese siglo XIX que no permitirían nuevas intervenciones europeas en América (la doctrina Monroe, establecida en 1823), poco pudieron hacer para impedir esa crepuscular aventura imperial, desgarrados por su guerra civil (el propio personaje de Gary Cooper en “Veracruz” es el de un antiguo oficial sudista, caballeroso y orgulloso en la derrota, como mostraban las películas de entonces a los confederados).    

Y, sin embargo, puede que haya algo más detrás de esa “versión oficial”, o al menos así lo cree en El Salvador bastante gente, incluyendo muy serios historiadores. Según esa otra historia, Maximiliano no fue fusilado en Querétaro, siendo perdonado en el último momento por su compañero masón Benito Juárez. Al emperador se le permitió escapar a cambio de abandonar el país y de ocultar por siempre su identidad, pues el nuevo México igualitario y revolucionario no podía nacer fusilando a mexicanos y perdonando la vida a emperadores europeos. Maximiliano, impostándose como un comerciante llamado Justo Armas (“el archiduque ha sido hecho justo por las armas”, leía la proclamación del supuesto fusilamiento), se estableció en El Salvador, donde fue protegido por sus autoridades, muchas de ellas también masones, y acogido calurosamente por la alta sociedad del país.

Está probado que el personaje de Justo Armas existió y vivió 40 o 50 años en El Salvador, donde apareció hacia 1870 sin saberse nunca de dónde venía. Igualmente, se sabe que hablaba varios idiomas y que dominaba a la perfección las formas y protocolos más exquisitos y rigurosos. También se dice que hacia 1914 aparecieron en San Salvador unos extraños emisarios de la corte de Viena, que habrían rechazado cualquier contacto con las autoridades del país y se limitaron a intentar convencer, sin éxito, a Justo Armas de que volviera a Europa a salvar a la moribunda dinastía. Mi compañero Santiago Miralles, que estuvo destinado hace tiempo en El Salvador, escribió una interesante y muy bien escrita novela (La Tierra Ligera, Ediciones de la Discreta) cuya trama central es, precisamente, el misterio de Justo Armas, que se va desvelando al mismo tiempo que vamos conociendo los personajes de una sociedad tranquila en la superficie pero que, en cualquier momento y sin previo aviso, puede ser sacudida por un devastador temblor.

Miralles nos cuenta cómo Justo Armas, que vestía de forma impecable en todo momento y ocasión, iba siempre descalzo y nunca usaba zapatos, al parecer en cumplimiento de su promesa a la Virgen de “estar siempre en contacto con la tierra” por haberle salvado la vida en una ocasión. La Historia nos ofrece muchas otras leyendas y mitos sobre reyes o emperadores ocultos o desaparecidos (desde don Sebastián El Deseado de Portugal a Anastasia Romanov), pero como nos enseña el famoso cuento, también sabemos que un emperador, por muy poderoso que sea, puede estar desnudo, aunque haga falta la inocencia un niño para que nos demos cuenta de ello. Por eso me gusta especialmente la historia de Justo Armas, ese misterioso personaje que había aprendido que, descalzo o no, en Viena o San Salvador, sólo se es un verdadero emperador si no se pierde el contacto con la tierra...          


sábado, 21 de enero de 2012

EL FACTOR HUMANO


“El deporte tiene el poder para cambiar el mundo y para unir como pocas otras cosas lo hacen. ..El deporte se dirige a los jóvenes en un lenguaje que ellos entienden y es capaz de crear ilusión donde antes sólo había desesperanza...”. Nelson Mandela.

No es el rugby mi deporte favorito, aunque si me creyera John Cusack en “Alta Fidelidad” y me pusiera a hacer la lista de mis 5 deportes favoritos quizás entrara en una honrosa quinta posición, tras fútbol, baloncesto, ciclismo y tenis -en esa muy divertida película, el pasatiempo favorito del personaje interpretado por Cusack es hacer listas de las 5 cosas que más, o menos, le gustan, principalmente en relación a la música (5 mejores albums, 5 mejores canciones singles...), y también sobre otros temas (5 rupturas amorosas más dolorosas, 5 trabajos ideales...). John Carlin, sin embargo, sí es uno de mis 5 escritores-periodistas favoritos, y su libro “El Factor Humano”, editado en España por Seix Barral, una muy bonita y sentida historia sobre cómo un deporte -el rugby-, una ocasión única -el mundial de 1995- y una personalidad irrepetible -Nelson Mandela- pueden conjugarse para unir a un país, Sudáfrica, superando una dramática historia de exclusión y odio y forjando una nueva identidad nacional basada en la solidaridad y en los valores comunes (la película que se hizo sobre esta historia, “Invictus”, protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, no es tan buena como el libro, como ocurre con casi todas las películas basadas en libros; próxima lista, 5 películas que sí superaron al libro en el que se basaron...).

John Carlin acaba de pasar unos días en El Salvador, invitado por la Fundación Educando a un Salvadoreño, FESA, una institución local que proporciona a niños y adolescentes de entre 12 y 18 años formación deportiva, humana y académica, fomentando valores de identidad compartida en niños que vienen de comunidades que sufren la violencia y la exclusión. No es un tema cualquiera en esta sociedad que entre todos hemos creado y que idolatra los deportes y en la que los deportistas son figuras admiradas, e imitadas, por cientos de millones de niños en todo el mundo, desde los barrios y suburbios mas pobres de Johannesburgo a los de San Salvador o Sevilla. Y es que, aunque en estos tiempos modernos sólo valoremos al ganador, y se apueste siempre por el éxito del más rápido, del más fuerte o del más hábil, el deporte también ayuda a crear equipo, a valorar la pertenencia a un colectivo y a tomar conciencia que cada uno de nosotros puede sumar lo necesario para hacer la diferencia.

Carlin fue corresponsal en Centroamérica en los duros años 80, cuando la región vivía el infernal ciclo de violencia destructiva que asoló a  casi todos los países de la zona. De allí se fue a la Sudáfrica que estaba saliendo de décadas de apartheid para intentar construir una democracia en la que cupieran todos: blancos, negros, mestizos o hindúes. Allí conoció de primera mano el papel fundamental de una personalidad única como Mandela para construir un nuevo estado y una nueva nación. Una tarea titánica para una de las figuras decisivas, quizás única, del siglo XX. Carlin ha conocido lo mejor y lo peor del ser humano en distintos países de varios continentes, y con su voz algo ronca y su habla pausada, con un español con ligerísimo acento a lo “Michael Robinson”, puede discutir con la misma pasión sobre el fútbol español, el periodismo internacional o la situación en Centroamérica.  

Y la conclusión que saco al finalizar la conferencia que pronunció en El Salvador y tener la oportunidad de conversar durante un buen rato con él es que, definitivamente, el factor humano sigue encabezando la lista de las cosas que pueden construir un mundo mejor.


martes, 17 de enero de 2012

ANATOMIA DE OTRO INSTANTE: 20 AÑOS DE LOS ACUERDOS DE PAZ DE EL SALVADOR


Me permito parafrasear el título del excelente libro de Javier Cercas para un artículo que me publica hoy el diario El Mundo de El Salvador sobre la conmemoración de los 20 años de los Acuerdos de Paz de este país...

Decía el general De Gaulle, una de las figuras más importantes de la política europea de la segunda mitad del siglo pasado, que las peores guerras son las civiles pues, además de destruir un país enfrentando a hermanos contra hermanos, cuando terminan no llega la paz, sino la victoria...En estos días se conmemora el vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz que pusieron fin al atroz conflicto armado que sufrió El Salvador entre 1980 y 1992, causando cerca de 80.000 muertos y destruyendo buena parte del sistema productivo de la nación en una dramática contienda que marcó a varias generaciones de salvadoreños. Con motivo de esa conmemoración, los diversos medios de comunicación reproducen estos días imágenes de la época y recogen testimonios de diferentes participantes y testigos del proceso de paz que concluyó en aquel histórico momento.
Leo con enorme interés las crónicas, los análisis y los recuerdos de aquellos tiempos y me impacta especialmente una imagen, la de la firma de los Acuerdos en la sede de Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York, que me parece resume como ninguna otra lo logrado en aquellas negociaciones. La fotografía, con un blanco y negro que transmite aún más el dramatismo de esos momentos, muestra una mesa bastante simple que aparece presidida por el entonces secretario general de naciones unidas, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, y a ambos lados se sientan los representantes de las dos delegaciones, la del gobierno y la del FMLN. Algunas caras no esconden el cansancio -como nos están contando estos días algunos de los allí presentes, se negoció hasta el último minuto, incluso más allá, cuando hubo que parar el reloj para que el Acuerdo se lograra bajo el mandato de Pérez de Cuéllar- pero lo que más llama la atención de ese instante, lo que creo resalta por encima otras consideraciones, es la satisfacción y la determinación que reflejan los rostros de los representantes de las dos partes, así como los de quienes se agrupan en torno a la mesa, otros miembros de las delegaciones y diplomáticos de Naciones Unidas y de otros países. Una imagen que muestra a la perfección cómo, los que hasta entonces eran dos bandos enfrentados, con visiones excluyentes de su concepto de país, pasan a ser agrupaciones o partidos que, defendiendo en algunos puntos y cuestiones opciones distintas y hasta opuestas, dejan de querer excluir al otro, para intentar buscar el complemento y el acuerdo, en definitiva para sentar las bases de un estado democrático y de derecho. Creo que ese fue, y que ese sigue siendo, el gran éxito de unos históricos Acuerdos de Paz, logrados por la determinación, el compromiso y el sacrificio -el enorme sacrificio- de los salvadoreños, verdaderos protagonistas de su proceso de paz.

Y por supuesto que la comunidad internacional también se implicó muy a fondo en el proceso negociador, desde los Estados Unidos a Francia, destacando el papel crucial que desempeñaron las Naciones Unidas y su entonces Secretario General, Javier Pérez de Cuellar, que ideó la novedosa fórmula del Grupo de Amigos del Secretario General, compuesto por Colombia, México, Venezuela y España, países que se comprometieron especialmente con el proyecto negociador, ayudando en todo lo posible al Secretario General y multiplicando sus esfuerzos. En el caso de España, fue una actuación firme, responsable y decidida, consecuencia de la solidaridad que el gobierno y el pueblo español sentían, y siguen sintiendo, con la sociedad salvadoreña. Ese apoyo y solidaridad de España continuó manifestándose en la dura, difícil y, sin dudas, a veces muy delicada tarea que supuso aplicar y llevar a la práctica los Acuerdos de Paz, y que continúa hasta nuestros días con la intensa colaboración que realizamos con el gobierno salvadoreño en muy diversos ámbitos, desde la participación conjunta de las Fuerzas Armadas de los dos países en misiones de paz de Naciones Unidas al apoyo a una mayor y una más fuerte institucionalidad en el país.   

Veinte años son tiempo suficiente para hacer un balance de lo conseguido y de lo alcanzado con los Acuerdos de Paz, así como de lo que aún quede por lograr, pero creo que también nos permiten tener la suficiente perspectiva para afirmar que, al menos en este caso, no se cumplió la cita del general De Gaulle, pues los salvadoreños supieron estar a la altura del reto que enfrentaban y, tras poner fin a la guerra, lograron construir la Paz, sin duda la mejor victoria para el conjunto de la sociedad salvadoreña, protagonista de un exitoso proceso que se ha convertido en un ejemplo y modelo de resolución pacífica de otros conflictos en el mundo.

jueves, 12 de enero de 2012

SEIS MESES, MEDIO AÑO

Hoy hace seis meses que llegamos a El Salvador. Un caluroso martes 12 de julio dejamos Madrid para aterrizar ese mismo día (cosas de la diferencia horaria) en un caluroso y lluvioso El Salvador. Para cuando  entramos a la casa Mariana y Gustav estaban dormidos, era ya muy de madrugada para ellos (y para Kathy y para mí, pero nosotros teníamos que aguantar), así que en mitad de esa su primera noche en una casa extraña, en un nuevo país y en un nuevo continente se despertaron hambrientos, desorientados y somnolientos, buscando a tientas en la oscuridad el cuarto de sus padres.  

Seis meses intensos y absorbentes en un pequeño (21.000 km cuadrados, el de menos extensión de la América continental) gran país que, entre sus volcanes, su océano y su vibrante presente, desborda tal actividad que se hace especialmente atrayente para todos los que, viniendo de afuera, nos interesamos por intentar conocer mejor al país y a sus gentes.

Seis meses con problemas, preocupaciones, descubrimientos y alegrías, seis meses con nuevas amistades, seis meses con nuevos retos y desafíos, sin duda distintos a los que habíamos tenido que enfrentar con anterioridad. Seis meses, en definitiva, que nos han hecho diferentes y que creemos que nos han aportado enormemente en lo personal y en lo profesional. Seis meses imposibles de resumir en un blog o con unas fotografías, pero ahí dejo seis que pretenden reflejar algo de este tiempo y de este país. Y Mariana y Gustav, aunque ni pidieron venir ni sabían donde quedaba El Salvador, ya desde su segunda noche se sintieron siempre en su casa, en su país y entre su gente.






martes, 10 de enero de 2012

SEIS NOCHES, SIETE DIAS

Duermo mal la ultima noche de vacaciones, deben ser los nervios del viaje de los que habla Woody Allen en su papel más de Woody Allen, (Allan Felix en "Sueños de un Seductor", dirigida en 1972 por Herbert Ross, una de mis películas favoritas de siempre), así que decido irme a pasear cuando el sol apenas ha levantado, recorriendo el estrecho camino entre los hoteles, con el mar Caribe a un lado y la laguna Nichupté al otro. A pesar de la hora no camino solo, me adelantan turistas americanos que corren (los más jóvenes) y me cruzo con otros que caminan (los de más edad, categoría a la que temo me encasilla mi actividad), así como empleados de los hoteles que salen del turno de noche y esperan callados y cansados los buses que los acercarán a sus casas. Los turistas van (vamos) en pantalones cortos, tenis o chanclas, y los empleados conservan sus trajes blancos, algunos con corbata, todos con caras cansadas.

El turismo en Cancún parece ser un buen reflejo de la situación internacional, pocos españoles, mayoría de brasileños (en familias, en parejas), muchos rusos (en parejas y en grupos de hombres que por la mañana parecen estar acabando la fiesta de la noche) y bastantes estadounidenses. Busco turistas indios y chinos con los que completar los famosos BRIC (Brasil, Rusia, India y China) que se dice dominan la economía mundial, pero no creo identificar a ninguno y supongo que vacacionarán en otros sitios (sudeste asiático?, Europa?) o en otra época...Mariana y Gustav se hacen amigos de una niña brasileña y los momentos de calma en los que intentan comunicarse jugando me permiten avanzar en “Honrarás a tu padre”, de Gay Talese, impresionante obra sobre el mundo de la mafia en los años 50 y 60 que, según leo en la contraportada de la edición de Alfaguara, fue la que inspiró Los Soprano, serie que no he visto pero de la que todo el mundo me ha hablado muy bien.

Mis hijos parecen divertirse con algunas cosas (la piscina con agua helada, el buffet del desayuno) y no tanto con otras (el club para niños del hotel), aunque para sorpresa de Kathy y mía Mariana se queda intrigada con las ruinas mayas de Tulum y me pide que le cuente la historia de esa civilización. La escucha con sumo interés, e intenta aprenderse los nombres de las ciudades mayas mas importantes. Me desarma con sus preguntas de niña de 5 años ("papá, si los mayas eran tan inteligentes porqué se pelearon unas ciudades contra otras?", "papá, y si eran tan inteligentes porqué no pusieron ascensores en las pirámides?”), pero sigue medio embelesada una historia que me invento sobre la última princesa maya de Tulum y que me sirve para resumirle en 10 minutos el auge y caída de una de las civilizaciones más interesantes que han existido.

Apuramos las ultimas horas de nuestro ultimo día en la playa, donde gracias al wifi del hotel familias, parejas y solitarios se comunican sin cesar con otras gentes que se han quedado en el lugar de donde vienen, ventajas (e inconvenientes) de nuestros días, en los que vacacionamos sin perder por un solo instante el trato con el lugar y las personas que hemos dejado atrás. Despega el avión y Mariana intenta ubicar en algún lugar de la selva la pirámide de la princesa de Tulum, pero está nublado y no se puede ver gran cosa. Le digo que no se preocupe, que la última princesa maya consiguió escaparse en un pequeño barco que llegó a El Salvador, y ella pide que cuando aterricemos vayamos directos desde el aeropuerto a las ruinas mayas más importantes del país, Joyas del Cerén. A duras penas logro convencerla de que eso será otro día y de que esa será otra historia...