Reflexiones sobre Europa, América y el Mediterráneo

Una mirada a la historia, una reflexión sobre el presente y algún comentario sobre el futuro de países, personas e ideas de ambos lados del atlántico

lunes, 25 de marzo de 2013

Testigo de Cargo


Fernando Trueba en una famosa ocasión comparó a Billy Wilder con Dios, y aunque yo no me atreva a llegar tan lejos sí tengo a Wilder en lo más alto de mi particular panteón cinematográfico. El Crepúsculo de los Dioses (Sunset Boulevard, 1950), El apartamento (The Apartment, 1960), Bésame Tonto (Kiss Me Stupid, 1964) o Perdición (Double Indemnity, 1944) son unas cuantas de sus muchas obras maestras absolutas, como diría Carlos Pumares. Entre ellas cuento también a Testigo de Cargo (Witness for the Prosecution, 1957), basada en una obra de teatro de Agatha Christie y que cuenta una historia tan antigua como la humanidad: cómo una mujer es capaz de cualquier cosa para salvar al hombre a quien ama (y cómo también puede ser capaz de cualquier cosa para vengarse cuando es traicionada…).  

Como saben todos los que han visto la película, un aparentemente simpático Tyrone Power es acusado de haber matado a una vieja millonaria para quedarse con su dinero. Su esposa, la aparentemente gélida Marlene Dietrich, sabe que es cierto, que su marido es el asesino, pero está dispuesta a cualquier cosa para salvarlo. Cuando el abogado defensor (un genial Charles Laughton, quizás en unos de sus papeles más memorables) le dice al preparar la defensa que nadie creerá las excusas que pueda presentar una esposa enamorada, ella hace lo impensable: testifica a favor de la acusación diciendo la verdad, pero al mismo tiempo fabrica unas pruebas falsas con las que Laughton la desenmascara, logrando la absolución del marido…en el twist final, un desalmado Tyrone Power felicita a su esposa por el papel realizado, pero le anuncia que la abandona para irse con una joven morena que corre a besarle…demasiado para una despechada Dietrich, que lo apuñala en el tribunal ante el mismo Laughton (que, tras dejarnos una de las más célebres citas de la película, “no lo ha asesinado, lo ha ejecutado…”, se apresta a encargarse de la defensa de esa “extraordinaria mujer”).  

Estos días Inglaterra ha vivido conmocionada ante un caso que, aún sin el dramatismo de los asesinatos ni la belleza ni el glamour de la Dietrich, Laughton o Power, contiene esos poderosos elementos de engaño, traición y venganza presentes en Testigo de Cargo y que, desde las tragedias griegas, cuando convergen en una historia hacen que ésta cautive la atención de toda una sociedad . El 12 de marzo del 2003, un día como otro cualquiera, Chris Huhne, uno de los políticos más brillantes y con más futuro de este país, y su esposa, Vicky Price, volvían a casa con demasiadas prisas, y un radar fotografió al coche a más velocidad de la permitida. Una infracción no excesivamente grave, una de esas que sucede miles de veces al día en este y otros países, y que se salda simplemente con la pérdida de 3 puntos del carnet de conducir del infractor, y sin embargo…

Y sin embargo a Huhne, que era el que conducía, ya sólo le quedaban precisamente 3 puntos en el carnet, y dejar el coche para utilizar el transporte público siempre es muy molesto. A su esposa tampoco le apetecía tener que hacer de chófer para toda la familia durante unos cuantos meses, así que ambos decidieron que era mucho mejor para todos si ella era la que cargaba con la multa y, por lo tanto, la que perdía los puntos. En mayo ella recibe la multa y el matrimonio olvida rápidamente ese “pequeño incidente”. En los años siguientes todo parece ser un camino de rosas. Huhne, además de conservar el carnet, conoce el éxito político, siendo elegido primero diputado y más tarde ministro. Price, una reputada economista, sigue una extraordinaria carrera que la hace ser una de las profesionales más cotizadas tanto en el sector privado como en el público, y sin embargo…

Y sin embargo el 19 de junio del 2010, aparentemente un día como otro cualquiera, Huhne llega a casa y confiesa a su mujer (que estaba viendo un partido del Mundial de fútbol de Sudáfrica) que tiene “una relación” con su jefa de prensa y que la deja, a ella y a los hijos, para irse a vivir con su nueva pareja…Pero Vicky Price, la esposa abandonada tras 26 años de matrimonio, la mujer traicionada en favor de otra más joven, no está dispuesta a que las cosas sean tan fáciles y busca su venganza. ¿Y qué mejor forma de ejecutar a un político que arruinar su imagen y carrera? Pryce acude a la prensa y filtra los detalles de lo ocurrido siete años antes. La policía reabre el caso y acusa a Huhne de obstrucción a la justicia, ya no una mera infracción automovilística, sino un delito penado con la cárcel. Pryce comparece en el juicio como testigo de cargo, confirmando tanto que era él quien conducía como el engaño posterior. Parece la venganza perfecta, pero no ha medido bien su furia y, como también mintió, es acusada del mismo delito. A la desesperada alega que lo hizo por “coacción marital”, una extraña y arcaica figura jurídica utilizada apenas cinco veces en el último siglo que permite la absolución de la esposa si ésta comete un crimen obligada por su marido, y sin embargo…

Y sin embargo el jurado, 12 hombres y mujeres sin piedad, no se cree la historia de la coacción y Pryce, al igual que su marido, es condenada a 8 meses de cárcel, siendo ambos enviados de inmediato a prisión. Triste final para un matrimonio con tres hijos, para un brillante político y una gran profesional, triste historia en la que el engaño, la traición y la fría venganza se convierten en los únicos protagonistas de un relato sin héroes. Me imagino que si el viejo Charles Laughton hubiera presenciado el juicio concluiría, tras un buen sorbo del brandy que esconde en el termo del café y con el rictus de resignación que produce la contemplación de las miserias humanas, que “ellos mismos se han ejecutado”, dejando el tribunal sin ganas de defender a nadie…                    

domingo, 3 de marzo de 2013

La Naranja Mecánica y otras historias

    
Cuando los profundos ojos azules de Malcolm McDowell, con su maquillaje y pestaña postiza, nos lanzan una desafiante, retadora y burlona mirada con la Novena Sinfonía de Beethoven sonando de fondo ya adivinamos que estamos ante una película especial, y La Naranja Mecánica de Kubrick no decepciona en absoluto. Una película sobre la violencia, más que una película violenta, por sus magníficos actores (por supuesto un McDowell que está "in his prime", pero igualmente el resto, desde el Ministro del Inferior Interior al policía de prisión, de los secuaces de Alex a sus aturdidos padres), por su expresionismo visual y por su extraordinaria banda sonora, encabezada por el "súblime Ludwig Van", La Naranja Mecánica sigue impresionando hoy tanto cómo cuando se estrenó en 1971 para marcar a toda una década con la historia del joven Alex y su temible banda de maleantes, que hacen de la violencia bruta su modo de vida, hablan un extraño inglés rusificado y consumen una muy blanca leche aderezada con alucinógenos varios...

Hay otro aspecto muy bien recogido en la película que, sin embargo, suele pasar desapercibido: el de la dimensión moral de la violencia o, más exactamente, el de la dimensión moral de la elección de la violencia, de la opción del mal sobre el bien. Ese es, precisamente, el tema central del libro de Anthony Burgess ("A Clockwork Orange", publicado en mayo 1962), y que también pasó ampliamente desapercibido en el horrorizado recibimiento que la timorata sociedad británica de aquel entonces ofreció a la novela. En efecto, los críticos y comentaristas se centraron casi por completo en la violencia (“an off-beat and violent tale about teenage gangs in Britain…”, resumía un crítico) y en el extraño lenguaje de los protagonistas (“English is being slowly killed”, aseguraba The Times) de la novela, pasando por alto el tema nuclear de la misma. Burgess, un escritor profundamente católico, había pasado buena parte de los años 50 en Malasia, y al volver a Inglaterra quedó conmocionado por la creciente violencia irracional de la juventud inglesa, que se agrupaba en diferentes bandas urbanas (mods, rockers…), utilizaba un lenguaje propio casi incomprensible para los no iniciados y cuyas únicas diversiones parecían ser la música y la violencia. Ante ese espectáculo de una sociedad en la que ya no se reconocía, el culto y refinado Burgess respondió escribiendo una novela sobre la libre determinación utilizando como vehículo a una banda de adolescentes en un futuro indeterminado. En sus propias palabras: “lo que intenté escribir fue una especie de alegoría cristiana sobre la libre voluntad. El ser humano se define por su capacidad para elegir entre diferentes posibilidades morales. Si elige el Bien debe tener también la posibilidad de elegir el Mal; el Mal es una necesidad teológica…la extirpación artificial del libre albedrío por medio de tratamiento científico [lo que el gobierno hace con el pobre Alex para intentar curarle su propensión a la violencia] no sería un mal aún mayor que el de la libre elección del mal???....”. Demasiada profundidad, sin duda, para una sesión de cine por muy buena que sea la película, y por ello no es de extrañar que, tanto entonces como ahora, lo que más se destaque de la misma sea la violencia gratuita (libremente elegida, para seguir el hilo de Burgess…) de la mayoría de sus escenas.

Y a pesar de su cultura y universalismo, creo que Burgess, fallecido en 1993, se habría extrañado sobremanera por los profundos paralelismos que su irritante novela tiene con la situación actual de algunos países de América Central. En efecto, varias de esas sociedades viven atenazadas por la violencia resultante del fenómeno de las “maras” (bandas de jóvenes –y de ya no tan jóvenes-  que originariamente nacieron en los barrios latinos de las grandes ciudades de los Estados Unidos, principalmente de Los Ángeles, y que fueron recreadas en los países de origen de los pandilleros cuando éstos comenzaron a ser deportados), y que han hecho del crimen organizado (extorsión, secuestro, asesinato) su modo de vida, convirtiendo a Guatemala, Honduras o El Salvador en los países más peligrosos del planeta. Al igual que las bandas de La Naranja Mecánica, los miembros de las maras tienen su propio lenguaje, su forma de caracterizarse (llamativos tatuajes por todo el cuerpo) y despliegan un inusitado nivel de violencia en los barrios y comunidades que controlan, llegando a poner en jaque a los propios estados. 

Ahora bien, el toque verdaderamente “burgessiano” se encontraría en lo sucedido en los últimos meses en El Salvador. Allí la iglesia católica promovió durante el 2012 una tregua entre las dos principales maras del país (la Salvatrucha y la M-18, cerca de 100.000 miembros entre ambas…), que resultó en la orden de sus jefes máximos para que cesaran los enfrentamientos en todo el país. De la noche a la mañana los asesinatos se redujeron de 12-13 al día a unos 6 diarios, devolviendo a El Salvador a unos niveles de violencia desconocidos desde hacía años. Los pandilleros dicen haber actuado movidos exclusivamente por la mediación de la Iglesia Católica (el gobierno concedió algunos beneficios carcelarios a los dirigentes de las principales pandillas y está trabajando en diversos programas de reinserción social, pero niega toda implicación directa en la tregua), llegando a afirmar en un comunicado oficial firmado por ambas dirigencias que "si nosotros somos parte del problema, también podemos ser parte de la solución...no deseamos seguir haciendo la guerra considerando el dolor que provoca a la sociedad, a nuestras familias, a nosotros mismos...no pedimos que se nos perdonen penas por las faltas cometidas, sólo que se aplique adecuadamente la ley...". 

La novela de Burguess tiene un último capítulo que no se incluyó en la edición de La Naranja Mecánica que se publicó en los Estados Unidos. En ese capítulo, Alex se da cuenta de sus errores y del sinsentido de su vida de violencia y decide abandonar los antiguos malos hábitos para intentar ser un chico normal, algo que los editores estadounidenses rechazaron por considerarlo un "buenismo" voluntarista, cursi y alejado de la realidad, por lo que Alex ni se arrepiente ni se regenera. "Los malos siempre seguirán siendo malos", pensarían, "y el desenlace original del libro no lo va a creer nadie" (el final de la película de Kubrick, basada en esa edición americana de la novela, tiene ese final, supuestamente más real). Aún es pronto para saber en qué resultará finalmente la tregua de las maras en El Salvador, si se consolidará, si funcionará y si servirá para poner punto final al casi interminable ciclo de violencia que asola al país desde los años 70. Si el inicio de esa ansiada sociedad libre de violencia se encuentra en el acuerdo de unas bandas de delincuentes que, libremente movidos por la palabra de la Iglesia Católica, deciden elegir el camino del bien, o al menos no el del mal, bienvenido sea. Imagino que Burgess estaría totalmente de acuerdo, igual que Alex, aunque él seguro que pediría como contrapartida que la música de Beethoven fuera obligatoria en todas las cárceles del país...    

      

domingo, 10 de febrero de 2013

El espía que huyó al frío


¿Dónde residen nuestras lealtades??, ¿a quien o a qué le debemos fidelidad??, ¿¿Al país donde nacimos y a la sociedad en la que crecimos?, ¿a nuestra familia y a nuestros amigos?, ¿a nuestra cultura y a unos determinados valores en los que creemos??. Y, en todo caso, ¿es posible romper con esas lealtades y depositarlas en otro país, en otra cultura, otras gentes, otra sociedad??, ¿y si fuera posible, porqué lo haríamos?? ¿por dinero, por amor, por odio, por una creencia??...
Hace ahora 50 años un joven diplomático inglés destinado en el Líbano ofrecía una fiesta en su casa de Beirut a la que, entre otros, estaba invitado el corresponsal en la zona del periódico The Observer, que había quedado en encontrarse allí con su esposa. El periodista, sin embargo, dejó plantada a su mujer y nunca llegó a la fiesta; esa misma madrugada había abordado un carguero ruso fondeado en Beirut, el Almatova, que apresuradamente zarpó con destino al puerto de Odessa. Su única carga era el periodista huido, de nombre Kim Philby, uno de los espías más importante de la historia que, después de 30 años trabajando para la Unión Soviética desde el corazón de los servicios secretos británicos y occidentales, huía justo antes de ser detenido...
Philby fue uno, sin duda el más destacado, del famoso grupo bautizado como "los 5 de Cambridge" (Guy Burguess, Donald McLean, Anthony Blunt, Philby y un quinto aún hoy día no identificado), que abrazaron el comunismo en los años 30 mientras estudiaban en la universidad y que, durante décadas y desde sus diferentes puestos, pasaron todos los secretos que cayeron en sus manos a la Unión Soviética. Todos ellos pertenecían a la muy elitista alta sociedad británica y a pesar de ello decidieron traicionar a su gobierno a fin de ayudar al triunfo de la ideología comunista y del país que la defendía, la Unión Soviética.   
De todo el grupo de Cambridge la vida más aventurera, rayana en lo inverosímil, es la de Philby. Nacido en la India (el apodo "Kim" es en honor al personaje Kim de la India, de Kipling), se convirtió muy joven a la causa comunista. Moscú, sin embargo, no necesitaba un idealista más en sus filas, lo que buscaba era a alguien con el talento, la paciencia y la frialdad necesarios para infiltrarse en los servicios secretos británicos, por aquel entonces los más poderosos del mundo, y sin duda en Philby encontraron a su hombre. Para pulirlo con el suficiente pedigrí conservador requerido para ingresar en el exclusivo mundo del espionaje británico a Moscú se le ocurre una jugada maestra: en julio de 1936 había estallado la Guerra Civil en España y Philby consigue ser enviado como corresponsal del muy conservador The Times al bando nacional. Con unas crónicas abiertamente profranquistas, Philby se convierte en su periodista preferido y se le cuentan con detalle las operaciones militares, armas utilizadas y ayuda recibida de Alemania e Italia (información que Philby, diligentemente, transmitía a Moscú)… Un golpe de extraordinaria suerte acaba por encumbrarle: durante un viaje a los escenarios de la batalla de Teruel el coche en el que viajaba con otros periodistas es alcanzado por un obús; todos mueren salvo Kim, que apenas recibe unos rasguños, lo que le vale que el propio Franco le condecore con la Cruz al Mérito Militar (probablemente la única medalla que Franco impuso a un agente comunista...). Poco después Kim es reclutado por la inteligencia británica y su gran capacidad intelectual, su aparente seriedad y su facilidad natural para socializar (y para beber) le llevan a escalar con rapidez el escalafón del espionaje, llegando a ser enviado a Washington como enlace entre el servicio secreto británico y la CIA e incluso a ser visto por algunos como el futuro jefe del espionaje inglés...

Pero dos décadas de espionaje a favor de Moscú dejan muchos cabos sueltos, y algunos comienzan a atarlos, surgiendo así las primeras dudas sobre el doble juego de Philby. En los primeros años 50 también se suceden las defecciones de agentes rusos a Occidente, y varios señalan a los del círculo de Cambridge como espías comunistas. Mclean y Burguess huyen a la URSS, Philby es depuesto de todos sus cargos y sufre una investigación interna. Sin embargo aún guarda algunos amigos que creen en su inocencia, y consigue una segunda oportunidad como responsable de la inteligencia británica en el Medio Oriente, bajo la tapadera de corresponsal del periódico The Observer en Beirut. Estando allí es cuando los británicos juntan definitivamente todas las piezas y se acaban las dudas: Philby es un traidor que debe ser detenido. Los rusos, sin embargo, deciden salvar a su hombre y el Almatova es enviado de urgencia a Beirut...Philby desaparece y nada se sabe de él durante meses, hasta que la URSS anuncia que está en Moscú y que se le ha concedido la nacionalidad soviética...



Allí pasará los siguientes 25 años, hasta su muerte en 1988, declarando repetidamente que él no era un traidor, pues desde joven había prometido lealtad únicamente a la causa comunista, que por lo tanto no se arrepentía de nada y que lo único que echaba de menos del país que había dejado atrás era la salsa Worcestershire Quienes lo visitaron en ese tiempo, por el contrario, recuerdan su desilusión con el comunismo, su creciente dependencia del alcohol y sus ataques depresivos, sólo mitigados cuando recibía, con semanas de retraso, un ejemplar de The Times, que leía minuciosamente con alegría casi infantil...Quizás en esa trágica ironía de los últimos años de Philby encontramos también su involuntaria respuesta a la cuestión de las lealtades...Kim, el espía con nervios de acero capaz de renunciar a todo – a su país, a su educación, a su cultura y a su familia, esposa y amigos- en favor de una ideología enarbolada por un país extranjero, acaba sin embargo sus días esperando con impaciencia el periódico que mejor representa a la sociedad que había traicionado, deteniéndose en su crucigrama, jugando en su imaginación unos partidos de cricket disputados semanas atrás y echando de menos el sabor de una salsa que le transportaba mentalmente a una tierra a la que le era imposible volver...el espía que huyó al frío tan seguro de sus certezas encontró, donde y cuando menos lo esperaba, sus propias dudas, y con ellas su propia tragedia...       




Hay muchísima información sobre Philby y el grupo de espías de Cambridge, desde la propia autobiografía de Philby ("My silent war") al libro de Philip Knightley (único periodista occidental con quien Kim habló en Moscú), "Philby, KGB Master Spy". Eleanor Philby, la (tercera) esposa abandonada en Beirut, también escribió su versión sobre ese tiempo ("The Spy I Loved"). Pero le que me decidió a escribir algo sobre Philby fue una columna de Ben Macintyre en The Times acerca del impacto en este país de la traición de Philby y unas discusiones con mi amigo Nacho sobre el tema de las lealtades y fidelidades...  

 


miércoles, 16 de enero de 2013

El mundo se derrumba (y nosotros nos enamoramos...).


La película Casablanca, además de ser la favorita de muchos de nosotros, tiene un amplísimo y bien conocido repertorio de frases para la posteridad. Desde el "...los alemanes iban de gris y tú ibas vestida de azul..." de Rick recordando la última vez que había visto a Ilsa en París al desamparado lamento de ésta "...el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos...".

Y sí, la verdad es que no debía ser aquella una buena época para los enamoramientos y, a buen seguro, muchas parejas, con o sin la belleza y el glamour de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, vieron como su situación personal, sus amores, esperanzas e ilusiones, eran hechos añicos en los extremos y violentos años 30 y 40, en los que el avance de los totalitarismos inundó de guerras, muerte y destrucción casi todo el mundo. La Historia, con mayúsculas, arrasaba sin contemplaciones con las pequeñas historias personales de unos y otros...

A veces, sin embargo, el amor surgía precisamente de las guerras, como ocurrió con la pequeña, hermosa y trágica historia de dos periodistas, un inglés y una española, que cruzaron sus caminos en la guerra de Etiopía (1935-1936). Él, George Steer, enviado a cubrir ese conflicto por el periódico londinense The Times, era un joven, pelirrojo, bajito y aventurero nacido en Sudáfrica. Ella, Margarita Herrero, una española diez años mayor que él, había nacido en Francia de padre español y madre inglesa, y era la corresponsal del diario francés Le Journal. Etiopía, por aquel entonces uno de los pocos países independientes de África, era gobernada de forma casi feudal por Haile Selasie, el Rey de Reyes, pero para su desgracia y la de sus súbditos el fascismo italiano quería cumplir sus delirios de grandeza imperial sumando nuevos territorios africanos a sus posesiones, y en 1935 Mussolini ordenó la invasión del país, que se produjo desde la vecina colonia italiana de Somalia.  
Para informar de esa guerra, la primera en la que sería una muy larga larga lista de conflictos iniciados por los fascismos europeos, fueron llegando a Etiopía unos cuantos periodistas, principalmente británicos y estadounidenses. Entre el curioso grupo que allí se formó, además de George y Margarita, se encontraban el escritor Evelyn Waugh ("Retorno a Brideshead") y otra periodista española, Dolores de Pedroso, enviada por el madrileño ABC. En una época en la que el periodismo era casi exclusivamente un oficio de hombres no es difícil imaginar la atención y admiración que dos atractivas y sofisticadas corresponsales de guerra españolas provocaron entre sus anglosajones colegas, el cuerpo diplomático y la corte imperial del Negus...

En una Addis Abeba entregada a los rumores y atenazada por el miedo a los bombardeos italianos apenas había un par de sitios donde los europeos podían salir a divertirse y compartir las últimas noticias: el Perroquet, regentado por Madame Idot, y Mon Ciné, territorio de Madame Moriatis (en Casablanca, además del Rick´s Café Americain estaba El Loro Azul, regentado por el gordo Ferrari). Ambos funcionaban como cines y clubs nocturnos, y allí, entre películas, martinis y furtivas miradas hilvanadas por el humo de los cigarrillos Margarita y George comenzaron una relación que se fue estrechando con ocasión de sus viajes a los diversos frentes de guerra que el avance italiano iba creando en el interior del país. En uno de esos viajes, unos pocos periodistas se desplazaron a la sureña ciudad de Harar, bombardeada por los italianos con gas mostaza. La ciudad era un pequeño infierno, y las periodistas españolas descubrieron, y demostraron, que no es tan fácil observar impasible las tragedias ajenas (como Rick acabaría por descubrir en Casablanca algo después). William Deedes, corresponsal del Morning Post, fue uno de los periodistas que también llegó a Harar y, tres décadas después, tras haber dejado el periodismo para ser diputado y ministro conservador, aún recordaba con admiración cómo Margarita y Lola, sus colegas españolas en aquella lejana guerra, dejaron atrás su oficio de periodistas para lanzarse a un sucio hospital de una perdida ciudad del desierto etíope a ayudar a los heridos y quemados por el gas... 

Unos meses después, el 4 de mayo de 1936, con los italianos a las puertas de una Addis Abeba abandonada al pillaje y saqueo y todos los europeos refugiados en la residencia del embajador británico, Margarita y George se casaron con lo que llevaban puesto en la sede de la misión diplomática, protegidos por alambradas y soldados sihks del caos imperante en las calles de la capital. Al menos a la novia, que vestía una modesta blusa de lunares, no le faltó su ramo de flores, unas inmensas y hermosas lilas y margaritas arrancadas al cuidado jardín de la embajadora, ni su viaje de luna de miel, unas cuantas vueltas al recinto de la embajada a bordo de una destartalada furgoneta desde la que George tocaba un viejo cuerno de caza. Esa noche un joven diplomático les ofreció una fiesta que se alargó hasta el amanecer, cuando los primeros soldados italianos hicieron su entrada a la ciudad...  
Tras la definitiva victoria italiana Steer fue inmediatamente expulsado del país, estableciéndose con una embarazada Margarita en el londinense barrio de Chelsea. Pero no era esa época de descanso para los corresponsales de guerra, y pocas semanas después  era enviado a cubrir un nuevo conflicto que acababa de estallar, la guerra civil española…Allí Steer escribiría el artículo más importante de su vida, el que denunció al mundo entero el horror y la tragedia del bombardeo alemán de la ciudad de Guernica, y que le valió el respeto y admiración de muchos y el odio del régimen nazi (Steer fue puesto en una lista negra de las 2.000 personas que debían ser detenidas de inmediato cuando Alemania conquistara Inglaterra). La trágica suerte de la pareja, sin embargo, no la decidió ninguna bomba…mientras que Steer cubría el avance de las tropas franquistas en el País Vasco Margarita y su hijo fallecían en un parto prematuro en una clínica de Londres…"A Margarita, arrancada de mí" reza la dedicatoria del libro "El árbol de Guernica", que un destrozado Steer escribió tras enterrar a su esposa en Francia…
Cuando comenzó la segunda guerra mundial el alto mando británico recurrió a la experiencia de Steer, enviado como asesor del ejército inglés dn África, donde muchos lo veían como el nuevo Lawrence de Arabia. Un par de años después, en abril de 1941, Steer saboreaba su venganza entrando a la cabeza de las tropas británicas que reconquistaban Addis Abeba…No había podido volver desde su expulsión y, aunque habían pasado casi 5 años y en ese tiempo se había vuelto a casar, me lo imagino recorriendo sus calles y tomando una copa con Madame Idot antes de llegar al edificio de la embajada británica, donde recordó con todo detalle aquel día de mayo de 1936 en el que los italianos vestían de marrón y portaban brillantes fusiles y una radiante Margarita le sonreía con su blusa de lunares y un espléndido ramo de lilas y margaritas… 

Supe de Steer gracias a que mi amigo Nacho Moreno me llevó a una impresionante librería de segunda mano, situada a una hora de Londres, camino de Oxford. Allí encontré "Telegram from Guernika", la biografía de Nicholas Rankin. Paul Preston le dedica un capítulo de su "Idealistas Bajo las Balas", en el que retrata a los corresponsales extranjeros en la guerra civil española. Se puede encontrar alguna crónica, interesantes y muy bien escritas, de la experiencia etíope de Dolores de Pedroso en la hemeroteca del ABC, aunque por internet no tuve la misma suerte con las de Margarita para Le Journal...   

jueves, 17 de mayo de 2012

EL ESPEJO DESENTERRADO


    
Me adentré por primera vez en el universo de Carlos Fuentes buscando pistas sobre la identidad americana y su relación con España. En verano del 96 fui destinado a Bolivia y mis últimas semanas antes de viajar al altiplano andino las pasé intentando leer todo lo que podía sobre esa ciudad, sobre ese país, sobre ese continente…Un compañero que había estado destinado en La Paz quince años antes me recomendó “La Tía Julia y el Escribidor”, mitad porque Vargas Llosa había pasado su infancia en la ciudad de Cochabamba, mitad porque en esa novela del reciente premio Nobel el personaje del escribidor es boliviano, y son constantes los guiños a la sociedad y cultura bolivianas que se deslizan entre la historia verídica de Marito y su tía Julia y las inventadas del escribidor, que tanto disfruté en aquellos calurosos días del verano que antecedieron a mi marcha a La Paz.

También  por aquel entonces leí por vez primera una obra de Carlos Fuentes, “El Espejo Enterrado”, esa gran ensayo, a caballo entre la historia y la reflexión personal, que Fuentes publica a comienzos de los años 90 del pasado siglo y con el que se dedica a “la búsqueda de la continuidad cultural que pueda informar y trascender la desunión económica y fragmentación política del mundo hispánico…un espejo que mira de las Américas al Mediterráneo, y del Mediterráneo a las Américas…”.

Con ese libro, con esa búsqueda tan profunda y culta de Fuentes, comencé a vislumbrar algo de la riqueza y la intensidad, de la dificultad y complejidad, del “alma cultural, política y económica del mundo de habla española”, a la que el escritor mexicano dedicó gran parte de su trabajo y de su pensamiento. Más tarde, conforme yo también me iba adentrando en (o iba siendo engullido por) el vertiginoso paisaje humano y social del continente americano, seguí leyendo algunos de sus libros, tanto novela (“La Muerte de Artemio Cruz”, quizás la que más me gustó, “Gringo Viejo” y “Los Años con Laura Díaz”) como ensayo (“La Gran Novela Latinoamericana”, “Los 68”), que nunca me decepcionaron y siempre me ofrecieron nuevas llaves con las que abrir algunas puertas del fascinante y complejo mundo latinoamericano.

Pero las palabras que nunca he olvidado de Carlos Fuentes no las escribió para ningún libro, sino con ocasión del discurso con el que inauguró el  Congreso de la Lengua Española celebrado en Rosario en el 2004 (su intervención fue en representación de América Latina, seguro que una de las distinciones que recibió con más orgullo). Estas fueron las palabras con las que Fuentes inició aquel discurso:

“Mírenlos. Están aquí. Siempre estuvieron aquí. Llegaron antes que nadie. Nadie les pidió pasaportes, visas, tarjetas verdes, señas de identidad. No había guardias fronterizas en los Estrechos de Behring cuando los primeros hombres, mujeres y niños cruzaron desde Siberia a Alaska hace quince, once y cuatro mil años.
No había nadie aquí. Todos llegamos de otra parte. Y nadie llegó con las manos vacías. Las primeras migraciones de Asia a América trajeron la caza, la pesca, el fuego, la fabricación del adobe, la formación de las familias, la semilla del maíz, la fundación de los pueblos, las canciones y los bailes al ritmo de la luna y del sol, para que la tierra no se detuviese nunca.
Óiganlos. Los indios fueron los primeros poetas, cantaban con las palmas de las manos para enumerar las metáforas del mundo.
Todo ello elevado al gran canto poético de la brevedad de la vida.
No hemos venido a vivir.
Hemos venido a morir.
Hemos venido a soñar…”

Con su obra, con sus historias, con sus personajes y sus reflexiones, Carlos Fuentes nos ha ayudado a poder soñar y, aunque el canto poético de los indios diga otra cosa, también a vivir. Incluso, aunque no sea tarea fácil, nos ha indicado cómo desenterrar ese espejo que yace bajo la arena, del Atlántico, del Mediterráneo… 

miércoles, 25 de abril de 2012

LAS INVISIBLES


Nos parece algo sencillo, más o menos largo y engorroso según el día o el funcionario que nos atienda, pero tan simple como acercarse a una comisaría de la Policía Nacional en España o a alguna dependencia administrativa en otros países. A eso se suelen reducir los trámites necesarios para obtener el documento de identidad o el pasaporte. Rellenamos unos formularios con nuestros datos, aportamos una pequeña foto rectangular sobre fondo blanco y ponemos nuestro dedo índice marcado en tinta negra sobre una cartulina. Todos los seres humanos tenemos un nombre y uno o más apellidos, que combinados con nuestro rostro, con nuestra imagen, con nuestras huellas, nos confieren una identidad propia que, precisamente, nos convierte en únicos, en seres individuales e individualizados frente al resto de nuestros semejantes. Hoy día, en la mayoría de países esa identidad propia va ligada, necesariamente, a ese documento oficial que sirve de prueba de nuestro nombre, filiación y nacionalidad. Un documento simple, un pequeño papel plastificado que en algunos casos se obtiene en apenas varios minutos y en otros cuesta algunos días o incluso semanas, un trozo de papel que condensa en unas cuantas fórmulas y palabras oficiales quiénes somos, y al que apenas le damos importancia alguna cuando sabemos que yace en algún lugar de nuestro bolso o cartera.

Y sin embargo, para tantas personas en tantos países, qué diferencia tan abismal supone tener acceso a ese documento que diga, que pruebe, que demuestre, quienes somos. Cuántas cosas son imposibles y están prohibidas para quienes no pueden acceder a ese papel con firma y sello que en mi caso dice que me llamo Enrique, que nací en Sevilla y que soy hijo de Antonio y de Teresa, en qué mundos paralelos pero estancos se nos sitúa por tener, o no tener, papeles, por ser oficialmente alguien o no serlo…

Doña Carmen, una salvadoreña de algo más de cincuenta años, pertenecía hasta hace poco al mundo de las que no tenían, incluso en su propio país, y no porque ella no quisiera, o no lo hubiera intentado. Varias veces se había presentado en dependencias administrativas a solicitar su documento de identidad y siempre había sido rechazada, por la simple y contundente razón de que doña Carmen carece de huellas digitales…Desde sus trece años, desde hace casi cuatro décadas, doña Carmen trabaja de tortillera en una comunidad de su pueblo, Lourdes Colón, una población a una treintena de kilómetros de la capital. Todos los días desde sus trece años doña Carmen calienta en un comal las tortillas, el alimento básico de casi toda la región mesoamericana, volteando una y otra vez la masa de harina de maíz sobre la ardiente superficie hasta que las tortillas están listas para ser comidas. Casi cuarenta años utilizando sus manos, sus dedos, para ganarse la vida calentando unas tortillas que otros se comerán; cuarenta años que hicieron que sus huellas digitales, las líneas de su vida, las líneas que la individualizaban como una persona con identidad, y con derechos de ciudadana, se perdieran para siempre en el calor del comal, en el día a día de su oficio, entre tortilla y tortilla…

El de doña Carmen no es un caso aislado, ni en El Salvador ni en otros países. Millones de personas en todo el mundo -siempre los más desfavorecidos, siempre "los olvidados", por utilizar el título de la estremecedora película de Buñuel-, no pueden obtener ese papel, ese documento, que les permitiría, al menos, tener la posibilidad de optar a un empleo digno o acceder a los servicios públicos. Seres humanos que la falta de papeles parece invisibilizar, aunque todos y cada uno de nosotros sepamos que están ahí, calentando nuestras tortillas, limpiando nuestros baños o cuidando a nuestros hijos...
  
Pero el de doña Carmen es también un ejemplo de que las cosas pueden ser diferentes, de que esa invisibilidad no tiene porque ser permanente. Ella sigue calentando tortillas todas las mañanas, es lo que siempre ha hecho y quizás lo único que sepa hacer. Pero desde hace unos meses lo hace con su documento de identidad, conseguido gracias a Ciudad Mujer, un proyecto de atención integral a las mujeres del país que el gobierno salvadoreño puso en marcha hace un par de años y que, sin poder devolverle sus huellas digitales, sí consiguió todos los informes (médicos, administrativos...) necesarios para la expedición del ansiado documento. A buen seguro los clientes de doña Carmen no habrán notado la diferencia -las tortillas saben igual de ricas y su sonrisa se deberá a que el negocio va bien o a las buenas noticias de los hijos-, pero ella guarda con todo el celo del mundo ese documento que tanto trabajo le costó obtener, aunque a fin de cuentas en él sólo se diga lo que ella siempre supo: que se llama Carmen y que nació en Lourdes Colón, hija de...   




Un puesto de tortillas, en un pueblo del oriente del país.

sábado, 7 de abril de 2012

LA PERLA NEGRA DEL DESIERTO


  
A través de internet me llegan hasta El Salvador las noticias sobre los combates que en el norte de Mali enfrentan a una extraña alianza de tuaregs e islamistas contra las tropas leales al gobierno central de Bamako. Ello me lleva a revolver cajas de la mudanza que aún no he abierto en busca de un antiguo cd con las fotografías del viaje que hace unos años realicé a ese país en compañía de mi buen amigo Antonio Llaguno, uno de los mejores conocedores de su fascinante historia y culturas y autor de los libros “La conquista de Tobuctú” y “Tombuctú, el reino de los renegados andaluces”, ambas publicadas por Almuzara, la editorial que fundara Manuel Pimentel cuando dejó Madrid y la política para regresar a su Córdoba natal. Los nombres de las ciudades que han caído en poder de los rebeldes –Gao, Tombuctú, Kidal-, que ahora aparecen en mi pantalla de ordenador como lugares de batallas más o menos cruentas recuerdan la época dorada de los grandes imperios del África Occidental: los Askia, Songhay, Peules…y fueron todas ellas diferentes etapas de aquel viaje que hicimos en el 2005.   

La gran mezquita de Djenné.

El motivo principal del mismo era, precisamente, conocer la mítica Tombuctú, adonde llegamos una mañana de sol deslumbrante a bordo de un pequeño avión manejado de forma despreocupada por unos jóvenes y divertidos pilotos neozelandeses que, tras despegar de Bamako, la capital de Mali, siguió el curso del Níger hasta donde el gran río comienza su famosa y misteriosa curva dejando a un lado la inmensidad del desierto del Sahara. Allí, frontera y testigo de esos dos espacios tan absolutos y definitorios como son el gran desierto y el gran río, se erige desde hace casi mil años la ciudad de Tombuctú, conocida durante siglos como "la perla negra del desierto".  


 Cruzando el Níger.

Como nos cuenta Llaguno, en sus momentos de más esplendor, a mediados del siglo XVI, Tombuctú era "la capital económica, cultural e intelectual del Imperio Shonghay, lugar de intercambio entre las piraguas de la sabana africana y las caravanas que atravesaban el Sáhara, sede también de la primera universidad del África negra, donde todos los sabios del Islam querían enseñar sus conocimientos…”. De aquel entonces viene un proverbio, que los habitantes de la ciudad siguen recitando orgullosamente a los pocos visitantes que se adentran por sus polvorientas calles, según el cual “la sal viene del norte, el oro viene del sur y la plata del país de los blancos, pero las palabras de Dios, las cosas sabias, los cuentos y las bellas historias, sólo se encuentran en Tombuctú…”. El saber y la cultura, al igual que la sal, los esclavos, el comercio o la religión, llegaban a Tombuctú a bordo de canoas o a lomos de camello, y aún hoy día, en perdidos cruces de caminos de las fronteras más meridionales de Marruecos se encuentran desvencijados carteles que apuntan hacia la inmensidad del desierto bajo la leyenda “Tombuctú, 52 días a camello…”. 

En los días que estuvimos en la ciudad recorrimos sus calles bajo un sol cegador, admirando la extraordinaria arquitectura de adobe cuyas formas inspiraron a Gaudí y que fue creada por el arquitecto Es-Saheli, uno de tantos andalusíes (éste nacido en Granada en 1290) que cruzaron el gran desierto para llegar a la mítica ciudad.

Mezquita de Djingereiber en Tombuctú.

Gracias a Antonio fuimos recibidos por Ismael Diadié, heredero de una familia que se dice descendiente del rey godo Witiza y que posee uno de los mayores tesoros del África, y en realidad de la humanidad, una fantástica biblioteca compuesta por más de siete mil manuscritos, muchos de ellos de origen andalusí, que datan desde el siglo XII al XIX, reunidos y amasados por sus antepasados a través de los años, traídos a lomo de camello desde Toledo o adquiridos en los oasis del desierto o en sus viajes a los lugares sagrados del Islam, y que han sido fundamentales para posibilitar un mejor conocimiento de las relaciones entre al-Ándalus y Tombuctú, es decir, entre España y el mundo africano. Desde hace muchos años Ismael trabaja para lograr hacer realidad su sueño de construir un edificio adecuado que permita la conservación de este patrimonio cultural único y que lo proteja de esos grandes enemigos del papel y la tinta que son el sol, el calor y el polvo.    

Ismael Diadié y la biblioteca andalusí.

Sin embargo, no hay edificio, aún no se ha inventado, que pueda proteger a libros o manuscritos, en realidad a cualquier tipo de expresión cultural o artística, de la destrucción de la guerra. En aquella visita a Tombuctú, Ismael nos quiso agasajar con la hospitalidad propia de su gente, y en el tejado de su casa, bajo un cielo estrellado tan profundo e intenso en la noche como el desierto lo es por el día, compartimos un cordero asado. Allí, tumbados sobre alfombras y bebiendo coca-cola en vasos de plástico, Ismael nos habló de otra guerra con los tuaregs, que por aquel entonces acababa de terminar, de cómo vecinos de la ciudad habían sido asesinados y otras bibliotecas similares a la suya saqueadas y destruidas...Leo las noticias de la guerra actual y no puedo dejar de pensar en Ismael, en su familia, en su biblioteca...tampoco dejo de preguntarme por el afán de destrucción del hombre y por el especial ensañamiento que en la guerra se muestra hacia la cultura, como en los tiempos más recientes muestran el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo o la destrucción de las figuras de los Budas de Bamiyan en Afganistán. Quizás la respuesta a esa pregunta me la dio, hace años y con ocasión de otro viaje, un viejo judío sefardí que me habló durante horas de la Cultura, que él consideraba el alma de los pueblos; de ahí el afán por destruir la cultura de quien se considera el enemigo, de ahí también la resistencia, casi inmortal, de ésta...Pienso en ello y me digo que Ismael y su biblioteca son parte esencial de Tombuctú y que, sea quien sea que la gobierne, habrá otra noche estrellada en la que compartiremos un cordero y, aunque tenga que ser entre sorbo y sorbo de coca-cola, volveré a escuchar con emoción las historias de su ciudad, de su familia y de sus manuscritos, que en realidad no son sino una sola historia que comenzó hace varios siglos en alguna ciudad de la España musulmana, o quizás en un oasis del Sáhara, o quizás en realidad mucho antes, cuando el hombre comenzó a escribir sus pensamientos en papiros o en tablas de arcilla...